
Pillo a mi abuela viéndome desde mi propia imagen. Algo así como en las pelis raras.
Era un mujerón, mi abuela. Le tocó duro y fue inmensamente fuerte para reinventarse con lo que vivió. Heredé su estatura, lo zurdo, el gusto por la cocina y la pasión por los boleros. Murió después de cumplir 90 con cada pensamiento colocado en su justo sitio.
Mi abuela vive en mi sangre, la llevo en la memoria y en el amor a los hijos. Guardo en mis resquicios mentales, un baúl de recuerdos con su nombre tallado. Pintó tanto en mi vida, mi abuela Yelle. Continúa pintando. El día que se fue se llevó para siempre el hilo narrador de la historia de mi padre, su hijo, muerto tan joven. Me queda su mirada y un remolino indómito en el cabello, me queda el timbre de su voz cuando cantaba Sombras nada más y los Arbolitos gemelos. Me quedan las vacaciones de felicidad infantil en su jardín, los chocobananos que ella misma preparaba, el EggNog en vasito tequilero.
Me queda ella, completa, cuando me veo al espejo.