Nuestro desayuno es arcoíris, un rito esencial, un paseo por las honduras fundamentales de cada una.
No sucede con la frecuencia que anhelamos, la vida rompe el tiempo. Pero, por gracia y fortuna, nuestra reunión de temprana mañana es una realidad intermitente que durante años ha encendido eso inmenso y completo que ambas conocemos bien.
Hablamos de desnutrición, de cuántas generaciones hacen falta para cambiar lo que hace mucho debió cambiar. Hablamos de empoderar niñas o de mujeres rotas. De la eutanasia y de salud mental. De cómo los años nos han mudado, de formas de asimilar.
Hablamos de lo que sentimos, de lo que nos duele en el cuerpo y en la historia, hablamos de nosotras en términos absolutamente descarnados. Confiamos verdades completas, personales, recorremos las esquinas vulnerables sin miedo y sin reserva.
Desmadejamos el compartido culto de escribir. Nos reconocemos rescatadas por la escritura. Ambas.
Por supuesto y siempre, hablamos de libros.
Nuestra conversación es océano. Un regalo inmenso, puro amor.
La charla podría extenderse, pero dicho está, la vida rompe el tiempo. Nos despedimos con un abrazo que contiene universos, con la promesa firme del próximo encuentro.
Ya no tomamos foto, no hace falta. La imagen de dos amigas que se quieren así perdura sólida y multidimensional en donde es indispensable.
La imagen de dos amigas que se quieren así perdura sólida y multidimensional, ofreciendo un refugio emocional y un apoyo constante en la vida de ambas. Su relación no solo se basa en los momentos felices, sino también en las adversidades que enfrentan juntas, fortaleciendo su vínculo. La amistad entre ellas se vuelve un pilar fundamental, creando recuerdos y lecciones que trascienden el tiempo y el espacio.
Saludos.
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