Temor

Existe una concepción elegante del mundo, una dimensión ajena, geométrica, posiblemente helada.

La región en donde la estética guarda jerarquía por encima de la sustancia.

Siempre he temido explorarla. Y no sé, quizás ahí aguarda alguna respuesta.

Jamás lo sabré.

Nocturno

El baúl que resguarda los tesoros de su infancia es el más común de los lugares comunes, un trillado monumento a la nostalgia. Inmenso y perpetuo. Un pueblo de fantasmas.

El niño es un hombre, el hombre alzó vuelo.

La madre se consume en las llamas del lugar común, recuerdos resbalan por sus manos, se desatan en la memoria, susurran al oído. La envuelven, la empujan.

La madre insiste. Resbala en la sombra nocturna para lamer el pasado. Insiste en tocar los tesoros de su niño, como si la paliza del silencio no fuera suficiente.

¿Te consta?

Si lo que vas a contarme sobre esta o aquella persona empieza con ‘Dicen que’, si no te consta o no lo viste, no te esfuerces.

Qué duro arriesgar reputaciones en base a comentarios nubosos, cuán innecesario. Tan peligroso.

Vete con tus suposiciones. No me interesa participar en la universal parodia de los chismes anodinos.

Del feroz amor

Cuando creemos que de mal de amores ya hemos sentido todo, el corazón nos sorprende con formas inéditas de fracturarse.

El poder del dolor es infinito, el amor, por fortuna, también tiene su garra.

Con su peculiar sabiduría, en materia de afectos la vida es una academia a perpetuidad.

Y es que no hay edad para la pena cuando se padece la incurable dolencia del feroz amor.

De eternas noches

Es noche de viernes, inmensa, envuelve todo. Asoma casi desolada. Fantasmas de música la salvan, colocan piezas de belleza en cada una de sus esquinas.

Es noche de viernes y yo, habitante de su largo tiempo, desplazo el alma en los confines de un libro.

Encuentro el gozo añorado en su piel de papel. Me hundo en su cuerpo sin pensar en faenas del día siguiente.

La mente se deja ir, sumerge turbación y búsqueda en la literatura.

El aire se aliviana. El espíritu florece, la noche puede ser eterna.

Darlo para darse

Un par de copas de vino, de buen vino, un par, no más, encienden la voz a mi corazón, fíjate.

Canta el corazón sus amores hondos. El peso del silencio se rebela bajo el blando embrujo de un poco de vino.

Y ahí va, el muy ingenuo, prodigando amor a quien poco le importa, a quien no lo pide, a quien lo ha olvidado.

Besa con lujo de urgencia, con la miel de sus muchos años. Besa en generoso arrebato. Besa y abraza a sabiendas.

Dar amor, sabe el corazón a estas alturas, es una intrépida búsqueda de auto amor. Es darlo para darse.

Un acto que se aprende bien en las longitudes de la vida, al amparo de la ligereza del elixir, con las desconfianzas dormidas.

Se da completo con la certidumbre de que esperar reciprocidad no es el propósito. No es el caso. Se da sin alterar su inmortal soledad.

Sale de su encierro. Entrega palabras amorosas, besos, caricias. Da todo aunque el alma, sin remedio, vuelva a llorar.