Existe una traición muy sutil en la buena memoria. Te empuja a lo mejor de lo vivido, a sus lugares, al color y su música, a tu versión en éxtasis.
O, sin más ni menos, te coloca en el centro de los pasados infierno. Despiertan también los lagrimales. Una vez más, arde tu furia, también tus rodillas.
El detonante aguarda en los sentidos. Un aroma, un sabor, sonidos o silencios. Una fecha en el calendario. Imágenes talladas en el interior de los párpados.
Sus modos son aleatorios, poderosos, de tal misterio, que jamás encontramos el timón.
Puede ser consecuencia de su sabiduría, una manera ancestral de ejercer desde el subconsciente, la supervivencia.
Sin embargo, por esto o por aquello, aunque sutil, es traición.
Perdemos en los fuegos del miedo ideas y palabras. Antes de florecer, nuevas posibilidades de pensamiento sucumben en las llamas del temido juicio.
Aprendemos de los enseñantes el hábito del no cuestionamiento. Este engendra el de la no opinión. Ni hablar entonces de ejercitar la indispensable destreza de evolucionar.
En cánones geométricos la desobediencia se fusiona con peligros y tragedias. Escudriñar preceptos cuando hacen ruido en el pensamiento o provocan desasosiego en los rincones del alma, no es elegante, nos dicen. Es temerario, advierten.
El buen camino es un silencio autómata y constante. Le llaman la virtud de la discreción sin darse cuenta de que esa carencia de movimiento construye ignorancia crónica. Peor aun, indiferencia.
La verdadera discreción es otra. Es proteger al prójimo del veneno del chisme. Es cultivar la confianza, guardar penas y dolores. De nuevo, es cuestionar, cuestionar profundamente la difamación.
Ve a ver quién lo explica. Es una simple y sólida diferencia pero ¿qué creen? ya me mandaron a callar.
Nuevo inicio. Después de 24 años en el mismo lugar y con la misma gente, empiezo el ritual del ejercicio en un sitio nuevo.
El primer día que fui a World Gym, en octubre del 97, mi Saltamontes iba en porta bebé. Yo tenía 28 años, 2 peques, un trabajo en el que aun continúo y necesidad visceral de agitar el cuerpo.
New beginnings are always wonderful, dice mi sabio. Le creo.
Fueron 24 años de erigir disciplina, de cultivar amistades profundas, de retarme y disfrutar.
Era más que un espacio con máquinas y clases. Era una comunidad. Un lugar seguro en donde transformábamos penas y dificultades, desencuentros o silencios, en un propósito.
El cuerpo es vehículo para sanar el interior.
Ese enunciado es quizás la mayor enseñanza que el hábito del ejercicio ha dejado en nuestra conciencia.
Infortunios agitaron el tiempo. Un accidente que fracturó mi rostro con cínica creatividad, enfermedades de los peques, desafíos laborales y personales.
Pausas breves, jamás un retiro.
Fue el gimnasio quien se retiró. El sábado me despedí, el lunes cerró sus puertas. El martes empezó su desaparición.
Ciclos se cierran para abrir puertas a otros. Y en medio de la transición, doy un paseo en reversa cronológica. Busco a la joven, a su bebé y a su hijo ciclón de 3 años.
Veo su mirada al mundo, la ingenuidad que la conducía por la vida y por los sueños, su ánimo peligrosamente juvenil.
La veo algún tiempo después, corriendo desaforada en la banda, más clara de lo que sí y lo que no. Un poco rebelde en su fuero interno, inmersa en laberintos, coleccionando lustros.
Elijo la esperanza, la posibilidad de un tiempo soleado, el optimismo.
En la caverna en la que se convierte el simple devenir de la vida en tanta fatalidad, comparada con algo semejante a la muerte, no encuentro un sitio para mí.
La vida te va enseñando que el reloj, poderoso dueño de la prisa, es más que el verdugo vociferante de tus tardanzas.
El minutero con su cadencia interminable se convierte además en brújula. Un objeto con voluntad propia que te arrastra a la realidad cuando andas perdido en ensoñaciones de tus otros tiempos.
Y en el tirón te separa de alguna alegría.
El reloj con todos sus significados te subyuga hasta convertirte en esclavo de un concepto que nunca terminamos de comprender.
No solo los saldos de fiambre asoman en el refrigerador, como flores acuáticas, ansiando algún apetito entusiasta.
Queda también un modo reflexivo en el entendimiento, quedan silencios viscosos. Un álbum de imágenes se mueve como carrusel en emociones que no se nombran fácilmente.
En la foto ¿dónde se hubieran colocado quienes ya no están?
Y luego pienso que no. No tomamos ninguna foto de todos juntos. Estábamos contentos, sin duda. Pero el rito se va haciendo distinto.
Una extraña dispersión flota en el recuerdo de ese día, otra suerte de fantasma. Pero no la nombramos por temor de que algo se quiebre.