Este mundo desarmado necesita poesía para denunciar lo inaudito, para nombrar al veneno, para formular remedios.
El laberinto inhabitable en el que se ha convertido nuestro amado mundo, un mundo desarmado, clama al poeta desde todas sus entrañas. Le pide, lo reta, muestra las heridas.
Armado de palabras, de ideas iluminadoras o miradas desafiantes, con entendimiento incendiario y feroz esperanza, el poeta escribirá las rutas alternas. Preso de sentimiento trazará mapas.
Será su dominio del lenguaje el que nombre las nuevas verdades, puertas a la libertad. Su arrojo a prueba de repudio encontrará la llave que las abre.
La poesía, pregona el que cree, ha encontrado en episodios del pasado horizontes perdidos.
Sostenida por la pluma viva de los autores muertos, la historia lo afirma.
El poeta inconforme da a luz a la nueva conciencia. No conoce otra forma de ser. Su misión vital es transformar sintiendo con papel y tinta. De verso en verso, ama y padece.
Aunque en medio del caos que estremece a la experiencia humana olvidemos la redención que habita la palabra, este mundo desarmado precisa de poesía para reanudar la marcha.