La leí por primera vez en “Memoria de chica”, hace un par de años, antes de que recibiera el Nobel.
Navegante entre la autobiografía y la autoficción, la narrativa de Annie Ernaux es sólida, directa, acoge sin florituras. Sus libros (ella no los llama novelas) son espacios completos, profundos, seductores. A menudo inquietantes por su cadencia descarnada.
Desde una aparente cotidianidad, invitan a observar, incluso a cuestionar o deconstruir asuntos fundamentales de la condición humana.
Con sagacidad en el uso de la palabra, sin excesos ni omisiones, Ernaux se desnuda ante el lector. Al hacerlo, desnuda también a la sociedad que habita y a su tiempo.
En alguna publicación leí “Ernaux se narra a ella para narrarnos a todos”, una acertada descripción. Es brutalmente franca, viste la libertad en total esplendor, en lo frugal, en lo incómodo, en el dolor o en el deleite.
Llama a los asuntos por su nombre, no va por ahí buscando términos grandilocuentes o evitando escándalo. Cuenta la historia desde la entraña. Su cuerpo se hace lenguaje. En su prosa, la imperfección humana no maneja agenda oculta, simplemente es.
Leerla es un placentero y a la vez mordaz ejercicio de descubrimiento.
Impacta el compromiso férreo de su escritura. Ernaux aborda estrecheces sociales y de género sin miramientos. Escribe al respecto desde su propia experiencia, con tal pericia que inquieta la nuestra.
He leído apenas cuatro de sus libros. De cada uno salgo distinta, presa de asombro y con un apetito por conocer todo lo que Ernaux expone con su particular manera de contar. Voy por los demás, sin duda.
Un video tropieza con mis ojos, corre la cortina, los desgarra. La función recuerdo del móvil no conoce el Talón de Aquiles de la memoria.
Ver nuestro baile flamenco es más que volver a un tiempo que jamás encontrará la ruta a este presente. Es sentir el cuerpo roto por añorarse a él mismo, es vibrar de añoranza.
Días del 2019, días que se sienten como un viejo siglo. Tal parece que la Pandemia tendió un puente de longitud desproporcionada, tres años se instalan como décadas de hierro.
No pretendía encontrarme así, feliz y vigorosa, con castañuelas en las manos y aves en la sangre.
¿Cómo iba yo a buscar semejante confrontación? ¿Cómo, el movimiento de la nostalgia? Si conozco hasta el corazón de las entrañas los estragos de la pérdida.
Si piensas que he vivido las glorias o he padecido los dolores que habitan mis relatos, si me juzgas por lo que hacen -o no- sus personajes, si crees que los textos celebrantes de la libertad -en el amor o en la vida o en la cama o en las guerras- son autobiográficos, no has comprendido aún de qué va la literatura. No soy tan valiente, ni tan intrépida ni tan completa ni tan grande. Los personajes pertenecen a otra dimensión.
Escribir ficción es un complejo acto de creación que pretende dar sentido a la realidad a partir de la fantasía. No es un simple recuento de vivencias, es más, mucho más. Hitchcock no era Norman Bates, Stephen King no es It. El Gabo no era Aureliano Buendía, Mastretta no es Emilia Sauri. Más allá de los personajes inventados, la creación literaria es un ritual sagrado de búsqueda personal. Comprender la libertad es uno de sus más profundos propósitos.
La verdadera libertad, el sueño inmenso, encuentra en la escritura un acercamiento bastante preciso. Como toda expresión artística, la escritura necesita de agudas herramientas. El ejercicio de la profunda observación, por ejemplo, también de la indagación. No olvidemos que toda disciplina artística requiere de un vehemente sentido de curiosidad.
Consciente de que nunca se deja de ser aprendiz en este arte-oficio, con esmero cuido y cultivo la imaginación, me otorgo amplias licencias para fantasear. Invento, busco, invento de nuevo. Continúo buscando. Las palabras son el fiel instrumento. Procuro pues, hilvanarlas con gracia, escribir con un amor difícil de perfilar, un profundo amor por el arte y por el lenguaje. En momentos afortunados lo logro.
Observo con detenimiento a las personas. Con suerte, por breves intensos momentos, calzo sus zapatos. Encuentro los cimientos que sostienen su experiencia, su mirada se convierte en generoso umbral.
Intento, despojada de juicios castrantes, comprender su drama. Con mucha atención y absoluto respeto observo, abierta siempre a conocer cualquier historia personal para dar sentido a la universal. Pellizco apenas.
Del ser que configuro nace un personaje. La historia que le invento no es la que vive, esa no me pertenece. La historia que le invento es una extensa exploración. Porque al final del día, la literatura celebra la condición humana, es arte y es búsqueda, anhela articular respuestas que de pronto aún no existen.
Comprenderás pues que soy pequeñita, simple y común comparada con los personajes.
Sin embargo, hay una verdad irrefutable en la creación literaria, la historia que el autor teje guarda parte de su intimidad. Nace de sus interrogantes, inquietudes, carencias y anhelos, trasciende su experiencia.
No somos los personajes, ellos son sacro instrumento de búsqueda. En diferentes planos, habitamos la misma historia.
Este mundo desarmado necesita poesía para denunciar lo inaudito, para nombrar al veneno, para formular remedios.
El laberinto inhabitable en el que se ha convertido nuestro amado mundo, un mundo desarmado, clama al poeta desde todas sus entrañas. Le pide, lo reta, muestra las heridas.
Armado de palabras, de ideas iluminadoras o miradas desafiantes, con entendimiento incendiario y feroz esperanza, el poeta escribirá las rutas alternas. Preso de sentimiento trazará mapas.
Será su dominio del lenguaje el que nombre las nuevas verdades, puertas a la libertad. Su arrojo a prueba de repudio encontrará la llave que las abre.
La poesía, pregona el que cree, ha encontrado en episodios del pasado horizontes perdidos.
Sostenida por la pluma viva de los autores muertos, la historia lo afirma.
El poeta inconforme da a luz a la nueva conciencia. No conoce otra forma de ser. Su misión vital es transformar sintiendo con papel y tinta. De verso en verso, ama y padece.
Aunque en medio del caos que estremece a la experiencia humana olvidemos la redención que habita la palabra, este mundo desarmado precisa de poesía para reanudar la marcha.
“La poesía fue para ambas, el refugio donde lamernos las heridas, la tabla de salvación, la casa.” Carmen Matute en el ensayo AMADA, escrito en honor a Margarita Carrera.
Son tantos los elementos cautivantes de esta libro que resulta difícil escribir esta nota en términos breves. Empiezo por lo indispensable y esencial: gracias, Carmen Matute. De nuevo su escritura me ha conmovido, me ha prodigado el placer indiscutible de la buena lectura ¡me ha instruido tanto!
Un privilegio leerla, mi gratitud es inmensa.
“EL OFICIO DE ESCRIBIR” de CARMEN MATUTE (Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2015), es una colección de ensayos sobre escritoras y escritores, sobre géneros literarios, artistas de otras disciplinas, sobre la vida, su gozo y su horror. Es tan evidente el profundo conocimiento de la trayectoria de los autores y de ellos mismos que Carmen logra despertar en el lector apetito de más, mucho más.
A veces, en medio del tesoro que representa aprender de cada tema desmadejado en la obra, surge un asombro incontenible por el uso que la autora da al lenguaje. Escribe una prosa tan hermosa que es necesario hacer una pausa. Respirar. Volver texto atrás y leerlo en voz alta. Es conmovedora y profunda, sostiene el hilo de su relato sin que una sola hebra quede suelta.
Leer los ensayos sobre Margarita Carrera o Luz Méndez de la Vega la convierte a una en testigo de una amistad, un respeto y una admiración tejidos sobre el manto sagrado de la poesía. Entre ellas reinaba una complicidad digna de sana envidia. Carmen hace honor a sus amigas del alma con cada uno de los laureles que se ganaron en una era en la que el oficio de escribir era campo minado para las mujeres y para quienes pensaban diferente.
Escribe con total sentimiento, desde el amor y desde la solvencia que el profundo conocimiento del oficio y de la persona otorga. También sacude emociones cuando escribe sobre Luis Alfredo Arango o Amable Sánchez Torres o Isabel Ruiz. Carmen sorprende y conmueve y conmueve y sorprende. Ejemplo de esto es el ensayo POETA DEL EXILIO. Una pieza en la que, desde los lazos poéticos y sanguíneos que los unían desde siempre, rinde un sentido y a la vez feroz homenaje a su hermano Mario René Matute.
Podría mencionar cada ensayo porque todos y cada uno abarcan importantes lecciones. El universal Pablo Neruda, Gabriela Mistral, el inmenso Alejo Carpentier, Tennessee Williams y tantos otros personajes habitan este libro, distintas ciudades son visitadas y tantos viajes al interior de la condición humana emprendidos, que antoja llamarlo un compendio esencial de sabiduría. No faltan las reflexiones sobre las denuncias que han agitado el quehacer literario en Latinoamérica, tampoco las denuncias en sí sobre crímenes ancestrales que aún suceden.
Desde el nacimiento de la poesía erótica en imprescindibles voces femeninas (Ana María Rodas, Delia Quiñónez, la misma Carmen, por mencionar algunas abordadas en el libro) hasta el Jazz y sus míticos ídolos, pasando por legendarios exploradores marinos, “El oficio de escribir” aborda tal variedad de temas que constituye una obra vital.
Resulta imperioso recomendar su lectura a todos. Sin embargo, y con urgencia escribo, para quienes vivimos en y morimos por el quehacer literario, este libro es lectura imprescindible.
Un portento su libro, Carmen, gracias por compartir sentimiento y conocimiento tan magistralmente.
“Yo no propongo una literatura de pancarta, pero sí una literatura que involucre un compromiso posible. Un compromiso moral al que debemos responder positivamente por el simple hecho de encontrarnos en la situación privilegiada que nos da el pertenecer a una élite educada.” Carmen Matute
La paradoja del arrobamiento creativo es inmensa. Las piezas más profundas surgen cuando el silencio se hace denso, la soledad implacable, la resignación absoluta.
Las palabras sueltan estelas de hermosura cuando se inflaman con el desaliento.
Los textos se crecen cuando aceptamos completo el lado humano del fracaso.
La tristeza se amansa. Ennoblecida, la tristeza se escucha, como fuente inagotable de belleza.
Acaso es la vulnerabilidad total del ser el lugar en donde se consuma la condición de artista.
Tal parece que la pena busca tregua en sentencias estéticas.
Paseábamos por las calles de NY con la despreocupación que otorgan las tardes sin prisa. Mi hijo ya trabajaba en aquella ciudad. Corría el año 2017.
Sin mucha advertencia le cayó de visita la estampida de mujeres en la que solemos convertirnos mi mamá y sus hijas cuando viajamos juntas.
En una callecita sin fama ni bullicio lo encontré.
¡Mireeeen! grité frente al escaparate/vitrina/ventana de un teatro.
Una gigante y hermosa fotografía de Otto René saludaba desde el vestíbulo, a su lado un poema suyo traducido al inglés.
Con emoción demencial traté de abrir la puerta, desafortunadamente el local estaba cerrado. Logré tomar estas malas fotografías, hice nota mental de indagar qué era aquel sitio y por qué está (o estaba) en Manhattan. Se trata del “Castillo Theatre”.
Con mucha facilidad encontré qué es y cuál es su propósito.
Para hacer corta la historia, rescato y comparto lo fundamental. Se trata de un teatro que pone en escena el universo del teatro político.
Literalmente reza:
“opens up the world of cutting-edge political theatre…”
Y hay más. Existe un premio:
Otto René Castillo Awards for Political Theatre
Imaginen la emoción, estoy segura de que la comparten.