Luminiscencia

Mi hermana entra en la cocina. Sonríe, todo en ella, se asemeja a un remolino. Suda porque viene de jugar soft. Se ve tan joven, casi como niña. Dentro también está mi abuela, parlanchina, como cuando la manada de nietos éramos niños y adolescentes. Sentada en un banquito habla animada, habla sin parar. No comprendo bien de qué, es como si su voz viajara a otro sitio. Sube y baja de intensidad.

La cocina, aunque se siente familiar y conocida, se ve distinta. Estamos en casa de ella, de mi abuela. Mi hermana abre el refrigerador y saca un pichel de refresco. Toma un vaso de algún gabinete y se sirve. Bebe de prisa y vuelve a servirse. Anuncia con ánimo triunfal que ganaron el partido. Escucho cuando cierra el gabinete, también escucho el sonido cadencioso que hace su garganta al beber.

Debajo de un delantal que ha sobrevivido décadas, llevo puesta la misma falda que usé apenas ayer y siento, como si de equipaje se tratara, todos mi años colocados uno encima del otro. Soy consciente de los pasos avanzados por la vida sin que me confunda la energía que las mueve a ellas. Se siente natural.

Cada quien, dentro de esa cocina, en ese momento, está dónde y cómo debe estar. Ese conjunto de nociones ofrecen una calidez que se convierte en paz. Reconozco mi estado de serenidad olvidada. Soy espectadora, mi voz no habita la escena.

Del otro lado de la puerta abatible llegan risas y murmullos conocidos. Aunque no los veo, los demás también están presentes, cercanos, al alcance de un empujón de puerta. La paz se acrecienta.

Algunos pensamientos extraños asoman sin perturbar, realidades que conozco. Por ejemplo, como si solo yo entendiera una o dos de esas realidades, noto con absoluta claridad que no existe la silla de ruedas de mi hermana, ni la sonda ni la bolsa ni sus extremidades petrificadas. También, tengo en ese momento, la certeza de que mi abuela respira, conversa, se mueve. Jovial y sólida, vive. La abrazo y la toco.

Así son algunos sueños, llegan con la luminiscencia de los más humanos regalos.

Despierto empapada en un sudor frío que poco a poco se convierte en mareo. Aprieto los ojos, quiero regresar noche atrás.

Así son algunos sueños, finalizan con la densidad propia de las señales de alarma.

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