Ella siempre ríe

Visitarla calibra las brújulas interiores. Su envidiable júbilo parece inmune a los estragos que la enfermedad deja a su paso. Pronto cumplirá 50, enfermó a los 17.

Y no sé, quizás lo he olvidado pero no recuerdo haberla escuchado quejándose.

Mi hermana lo ignora, pero esta tarde, con esa manera de convertirse en risa, puso orden en mi muy quejica estado de ánimo.

Historias que se enlazan como cuerpos

Luis García Montero ha escrito un sentido himno a la memoria de su mujer. Más que un poemario, UN AÑO Y TRES MESES plantea un recorrido por las rutas del duelo y explora los misterios que un marido procesa en su corazón doliente. Ofrece también una mirada breve a los largos años que compartieron.

Qué ternura, cuánta sabiduría, qué tamaño de amor…

Con la pericia de un hombre que sabe de palabras, que ha hecho del lenguaje su universo, García Montero derrocha belleza y alma en cada uno de los poemas. Los ha construido naturalmente, muy lejos de cualquier lugar común.

Lo imagino escribiendo. Entre la pena por la muerte y gratitud por la convivencia, el poeta enamorado rinde a su compañera un homenaje casi sagrado. Rodeado de todo aquello que los vio ser pareja, dentro de un espacio habitado por el arsenal de los perpetuos recuerdos, ha creado una magistral colección.

La camino por tercera vez y salgo de cada pieza nuevamente conmovida.

Almudena Grandes se fue demasiado pronto. Como sucede con los artistas que con la trascendencia de su obra dejan un mundo mejor, quedan su voz y el compromiso que rige su escritura. En cada libro suyo palpita por siempre un acucioso talento para construir historias .

Vive Almudena en cada libro y habla Almudena en cada columna.

Sus lectores la invocamos en el conjuro de la literatura.

Su marido le escribe poemas, qué manera hermosa de continuar amándola.

De mil maneras

Extraños inviernos llenan el frío de la mañana. Esta semana se abre camino con un lunes de grises humedades. Y de prisas, tantas prisas. Y de malas pasadas de la cotidianidad. La jovialidad de Diciembre no se deja ver.

Titiritando, observo cómo se afana el hombre en su oficio. Con vigor descalza mi carro, interviene a una llanta moribunda, le devuelve el cuerpo, le devuelve la vida. A mi espalda, la calle enloquece con el tráfico de la mañana. Apenas son las siete pero el caos y el estruendo inundan completos aire y asfalto. El hombre es ajeno al bullicio.

Muy serio, silencioso en lo suyo, con fuerza y pericia, sin perder tiempo, se sumerge en la tarea. Contemplo la dignidad del trabajo bien hecho en el gesto, en las manos, en su forma educada de entenderse con el mundo. Un maestro de la madrugada urbana.

En pocos minutos, con la cadencia de quien sabe bien lo que hace, concluye el trabajo. Con la misma habilidad y el mismo silencio coloca de nuevo la llanta en su sitio. Aprieta aquí y aprieta allá. Analiza la llanta. Le da palmaditas como si fuera la espalda del amigo en una despedida.

Rasgando apenas el silencio concluimos nuestro negocio. Quisiera hacerle preguntas, conversar. Quisiera que me contara su historia. Pero un cliente nuevo lo necesita y la mañana me empuja a retomarla. Otro día será. Concluido su trabajo puedo abordar de nuevo los afanes de un día salvaje para entregarme al mío.

El señor del pinchazo no lo sabe. De mil maneras endereza mi día.

Sobre “El oficio de escribir” de Carmen Matute

“La poesía fue para ambas, el refugio donde lamernos las heridas, la tabla de salvación, la casa.” Carmen Matute en el ensayo AMADA, escrito en honor a Margarita Carrera.

Son tantos los elementos cautivantes de esta libro que resulta difícil escribir esta nota en términos breves. Empiezo por lo indispensable y esencial: gracias, Carmen Matute. De nuevo su escritura me ha conmovido, me ha prodigado el placer indiscutible de la buena lectura ¡me ha instruido tanto!

Un privilegio leerla, mi gratitud es inmensa.

“EL OFICIO DE ESCRIBIR” de CARMEN MATUTE (Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2015), es una colección de ensayos sobre escritoras y escritores, sobre géneros literarios, artistas de otras disciplinas, sobre la vida, su gozo y su horror. Es tan evidente el profundo conocimiento de la trayectoria de los autores y de ellos mismos que Carmen logra despertar en el lector apetito de más, mucho más.

A veces, en medio del tesoro que representa aprender de cada tema desmadejado en la obra, surge un asombro incontenible por el uso que la autora da al lenguaje. Escribe una prosa tan hermosa que es necesario hacer una pausa. Respirar. Volver texto atrás y leerlo en voz alta. Es conmovedora y profunda, sostiene el hilo de su relato sin que una sola hebra quede suelta.

Leer los ensayos sobre Margarita Carrera o Luz Méndez de la Vega la convierte a una en testigo de una amistad, un respeto y una admiración tejidos sobre el manto sagrado de la poesía. Entre ellas reinaba una complicidad digna de sana envidia. Carmen hace honor a sus amigas del alma con cada uno de los laureles que se ganaron en una era en la que el oficio de escribir era campo minado para las mujeres y para quienes pensaban diferente.

Escribe con total sentimiento, desde el amor y desde la solvencia que el profundo conocimiento del oficio y de la persona otorga. También sacude emociones cuando escribe sobre Luis Alfredo Arango o Amable Sánchez Torres o Isabel Ruiz. Carmen sorprende y conmueve y conmueve y sorprende. Ejemplo de esto es el ensayo POETA DEL EXILIO. Una pieza en la que, desde los lazos poéticos y sanguíneos que los unían desde siempre, rinde un sentido y a la vez feroz homenaje a su hermano Mario René Matute.

Podría mencionar cada ensayo porque todos y cada uno abarcan importantes lecciones. El universal Pablo Neruda, Gabriela Mistral, el inmenso Alejo Carpentier, Tennessee Williams y tantos otros personajes habitan este libro, distintas ciudades son visitadas y tantos viajes al interior de la condición humana emprendidos, que antoja llamarlo un compendio esencial de sabiduría. No faltan las reflexiones sobre las denuncias que han agitado el quehacer literario en Latinoamérica, tampoco las denuncias en sí sobre crímenes ancestrales que aún suceden.

Desde el nacimiento de la poesía erótica en imprescindibles voces femeninas (Ana María Rodas, Delia Quiñónez, la misma Carmen, por mencionar algunas abordadas en el libro) hasta el Jazz y sus míticos ídolos, pasando por legendarios exploradores marinos, “El oficio de escribir” aborda tal variedad de temas que constituye una obra vital.

Resulta imperioso recomendar su lectura a todos. Sin embargo, y con urgencia escribo, para quienes vivimos en y morimos por el quehacer literario, este libro es lectura imprescindible.

Un portento su libro, Carmen, gracias por compartir sentimiento y conocimiento tan magistralmente.

“Yo no propongo una literatura de pancarta, pero sí una literatura que involucre un compromiso posible. Un compromiso moral al que debemos responder positivamente por el simple hecho de encontrarnos en la situación privilegiada que nos da el pertenecer a una élite educada.” Carmen Matute

Una vida

Que tu muerte quede cuatro décadas atrás no significa que tu ausencia sea menos aguda. Su filo es el mismo.

La niña que te vio morir te necesita siempre, cada día y cada noche. En penas, en dudas, en fiesta, en logros.

La muerte fue un momento. La ausencia es una vida.

Otto René en Manhattan

Paseábamos por las calles de NY con la despreocupación que otorgan las tardes sin prisa. Mi hijo ya trabajaba en aquella ciudad. Corría el año 2017.

Sin mucha advertencia le cayó de visita la estampida de mujeres en la que solemos convertirnos mi mamá y sus hijas cuando viajamos juntas.

En una callecita sin fama ni bullicio lo encontré.

¡Mireeeen! grité frente al escaparate/vitrina/ventana de un teatro.

Una gigante y hermosa fotografía de Otto René saludaba desde el vestíbulo, a su lado un poema suyo traducido al inglés.

Con emoción demencial traté de abrir la puerta, desafortunadamente el local estaba cerrado. Logré tomar estas malas fotografías, hice nota mental de indagar qué era aquel sitio y por qué está (o estaba) en Manhattan. Se trata del “Castillo Theatre”.

Con mucha facilidad encontré qué es y cuál es su propósito.

Para hacer corta la historia, rescato y comparto lo fundamental. Se trata de un teatro que pone en escena el universo del teatro político.

Literalmente reza:

“opens up the world of cutting-edge political theatre…”

Y hay más. Existe un premio:

Otto René Castillo Awards for Political Theatre

Imaginen la emoción, estoy segura de que la comparten.

De la vida las canciones

Podría escribir canciones sobre lo que las canciones mismas han obrado en mi forma de entenderme con el mundo. Guardo historias imprescindibles sobre lo que me han hecho sentir. Pero yo no escribo canciones. Lo que escribo llega en forma de poema o nace en el corazón de la prosa, o en el argumento de un cuento. Y, cada vez con más frecuencia, para dar sentido al camino que he recorrido, escribo memorias.

Las canciones habitan muchas de ellas. A veces como protagonistas, otras como banda sonora de una experiencia atesorada. Cada una evoca un momento o temporada, un descubrimiento, una persona adorada, un despertar, un sentimiento o una nostalgia.

Poseo un prolongado inventario musical para estas dimensiones temporales y emocionales. Algunas pocas, muy especiales, reúnen todo lo anterior. Son pilares en mi historia.

La música, después de todo, ha sido fiel compañera en mi condición femenina y mortal.

Mi abuela paterna escuchaba boleros. Los sorbía, los sentía, los canturreaba con una particular vocecilla que me hacía pensar en las películas mexicanas de los años 40. También tenía fascinación especial por la canción Dos Arbolitos, El Triste de José José y la inmortal Historia de un amor cantada por Eydie Gormé y Los Panchos.

Alguna vez lo hablamos, a ella le sucedía lo mismo. Cada una de sus canciones ha viajado conmigo siempre. Historia de un amor aún obra lo suyo en mi espina dorsal.

De aquellos boleros que a veces se antojan rancheras, o nacieron como rancheras y fueron disfrazados de boleros, guardo una Epifanía. Tenía 9 o 10 años. Una mañana de vacaciones, en el Mixco de mi familia, me descubrí emocionada hasta las lágrimas escuchando Sombras Nada Más de Javier Solís. Pude ver al intérprete abriendo sus venas, devastado, muriendo de amor. Era un tocacintas, mi cómplice aquella mañana. Gasté el cassette regresando los acordes, una y otra vez, hasta que aprendí cada una de sus palabras, cada uno de sus dolores. Al día de hoy, la escucho y muero de amor por la versión del amor que me había inventado. Una versión inexistente.

El umbral de la adolescencia lo crucé cantando. En aquellos años 80, la música en inglés era la que nos movía. De los primeros enamoramientos me quedé con Careless Whispers, Cant Fight this Feeling y I Cant Hold Back.

Sin embargo, en octubre del 84, llegó a mi vida una canción que representa todas las transformaciones que la música me regala hasta el día de hoy. Fue un despertar, un descubrimiento, el nacimiento de un afecto invencible, una temporada que conservo como amuleto inmortal. Hoy, es una nostalgia que interrumpe mi respiración. No More Lonely Nights de Paul McCarthy, más que el recuerdo de un viaje, simboliza un rito de paso.

Mi infancia cerraba la última de sus puertas. Los 15 años que tenía entonces anunciaban a la mujer en la que habría de convertirme.

Esta mañana de domingo mudo llegó sin ser invocada a mi reproductor aleatorio. Paul cantó como si supiera de qué están tapizadas las paredes interiores de mi corazón.

Conservo a buen resguardo tantas, que podría escribir una memoria de cada una de ellas. I Don’t Wanna Talk About it de Rod Stewart, Take a Look at Me Now de Phil Collins, Yo No Te Pido La Luna de Daniela Romo y muchas otras más.

Mis hijos trajeron en el ADN el mismo asombro musical que su madre, hemos hecho nuestras muchas canciones.

Pero hoy, agradecida, presa de una fuerte conmoción, me cobijo en la profundidad de No More Lonely Nights.

Todos somos responsables

Bajo la vocecita de la niña subyace una tempestad milenaria. Cadenas interminables de generaciones que no vencen al coloso del hambre.

Ella, detrás de una mascarilla empapada demasiado grande para su rostro pequeñito, es apenas un eslabón.

Como tantos, pide ayuda en el semáforo.

Y no sé si es la lluvia o son sus ojos o mi incapacidad de escucharla detrás del agua pero esta tarde su tempestad se ha metido en todo mi cuerpo.

El hambre es un producto de condiciones imposibles más profundas. La pobreza se erige como epicentro.

No se rompe la cadena, su poder es exponencial. Es, a su vez, resultado de otra cadena.

Causas y consecuencias de las que todos, con o sin conciencia, somos responsables.

De amigas

Tengo amigas de 92 años, amigas de 76, también de 60. Tengo amigas de treinta y tantos años.

Tengo amigas habitantes de mi década, amigas de mi exacta edad.

No son muchas mis amigas, sin embargo son tanto, algunas de ellas, casi hermanas. Y esa certidumbre es un pilar.

Nos unen pasiones, intereses, causas y locuras. Compartimos historias y secretos, temores y lazos irrompibles, lágrimas y dolor, risas y placer. Música o silencio.

Lo nuestro no responde a órdenes cronológicos, es complicidad atemporal. La sororidad que rige a la conexión femenina no sabe medir tiempos.

Lo nuestro nace en raíces milenarias.

Lo nuestro rompe con todo.

Somos afortunadas.