Bajo la vocecita de la niña subyace una tempestad milenaria. Cadenas interminables de generaciones que no vencen al coloso del hambre.
Ella, detrás de una mascarilla empapada demasiado grande para su rostro pequeñito, es apenas un eslabón.
Como tantos, pide ayuda en el semáforo.
Y no sé si es la lluvia o son sus ojos o mi incapacidad de escucharla detrás del agua pero esta tarde su tempestad se ha metido en todo mi cuerpo.
El hambre es un producto de condiciones imposibles más profundas. La pobreza se erige como epicentro.
No se rompe la cadena, su poder es exponencial. Es, a su vez, resultado de otra cadena.
Causas y consecuencias de las que todos, con o sin conciencia, somos responsables.
Me rompió el corazón. Qué hacer? ¿En un arranque de empatía rescatar a la criatura y darle un techo, comida y afecto? Esperar a que lo haga alguien mas? O peor aún, esperar que sea el Estado, que todo lo hace mal, quien asuma la responsabilidad pues los ciudadanos no tenemos el valor de tomar la iniciativa? El programa de Atención para Niños y Adolescentes en riesgo de Calle de la Muni ha tomado cartas en el asunto. Quiero apoyar a alguna organización para la protección de estos niños, si conoce alguna por favor me escribe . Muchos de estos niños son explotados por adultos que ni siquiera son sus padres.
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