Como remolino de figuritas inquietas invadíamos el jardín y la vida de los abuelos. Éramos un enjambre de niñas que, a paso de besos y abrazos y horas de juego alborotábamos sus días. La algarabía que salía de nuestras voces pequeñas inundaba la casa y la cuadra, escándalo de risas, preguntas y planes.
Las primas, la tribu, un equipo invencible de chongos y trenzas, el clan.
De muñecas y comidita o de colegio; con disco chino o hula-hula, hasta de casa embrujada, nos gastamos la niñez jugando juntas.
Tan entretenidas nos mantenía aquello que no sentimos el paso de los años. Ni vimos cuando aparecieron los cambios.
Llegaron los repasos y los novios, los enamoramientos eran compartidos y consensuados entre primas. La vida sucedía con sus descubrimientos únicos, y nos hacía crecer. A veces, muy a pesar nuestro. Aprendimos lecciones, de vez en cuando nos enjugamos lágrimas. Pruebas y logros, carcajadas y travesuras. Tanto y todo compartido. Buena fortuna tenernos.
Nacieron los bebés y allí estábamos. Crecieron los bebés y aquí seguimos, acompañándonos siempre. Fuimos y somos Las Primas, marcadas por la convivencia y unidas por la sangre y el pasado. Un regalo.
¿Y si inventamos el Día Internacional de las Primas? Para celebrarnos, para brindar por la complicidad, para que siga la fiesta.