Sin drama hoy te recuerdo de forma especial. Toca hacerte homenaje, pues te fuiste un 21 de mayo. La vida, el mar y su extraña forma de suceder así lo decidieron. Después de 36 años puedo ponerle filosofía al recuerdo, sin que le falte cariño y emoción. Mejor no hablar de tu muerte, a ella ya le di muchas vueltas y no me da respuestas. Mejor celebremos tu vida. Recordemos cosas bonitas. Como tus juegos de soft y la forma en que corrías de primera a segunda base con tu barriga subiendo y bajando. Tus hijas viendo y gritando, vestidas iguales con vestidos hechos por mi mamá. O aquella vez que regresaste de Panamá y trajiste una televisión que, a mi leal saber y entender, era la mejor del mundo. La de los Supersónicos. ¡Tenía control remoto!
¿Recuerdas mi Porompopero? Bailaría flamenco por primera vez en el Conservatorio Nacional, pero el día del show estarías de viaje. Me fuiste a ver al ensayo general. Yo zapateé con el corazón para que me escucharas. Estaba contenta porque era con vestido, flor y todo. Me sentía andaluza y me viste con todo mi atuendo. Me aplaudiste, aunque no tocaba porque era ensayo. El accidente fue al año siguiente, nunca lograste verme bailar en un recital de verdad. Pero show o no, me acompañaste en el “Porompompero” del 77, y eso me hace feliz.
Nunca regresé al Jiote, ninguna lo ha hecho. Dicen que sigue siendo una playa bella. A ti te fascinaba, y fue ahí que dejaste existir. El día del accidente, en la mañana, mientras mi mamá esquiaba en el canal, me explicaste por qué podías mojar tu reloj sin que le pasara nada. Ese día aprendí lo que es un “reloj contra agua”, tú me lo enseñaste. Cada vez que veo uno – ¡si supieras lo sofisticados que son ahora!– evoco ese recuerdo simple, pequeño, uno de los últimos. Veo tus ojos negros, con pestañas escandalosas mojadas por el agua del canal, y ese bigote guapo que se movía cuando te reías. Y te acerco a mí, una y otra vez, a pulso de buenas memorias.