FELIZ Y URBANO

En medio de la urbanidad de siglo XXI, los alrededores de la empresa donde trabajo tienen un toque rural, que me encanta. Se ubica en la zona 14. No están en la parte elegante y cosmopolita de Euro Plaza y la Cañada. Se encuentra en la zona del Mercado y el Cementerio La Villa. A la vecindad de mi oficina, hay una avícola. Eso de que el gallo canta solo al amanecer, es un mito. Mis vecinos ofrecen concierto permanente desde que sale el sol, hasta que se retira. Parece el Tigo Fest. A veces, escucho que se baten en duelo a puro canto.
Hoy hubo un escándalo mayor que el cotidiano. Esta vez fueron las gallinas, quienes suelen ser más discretas. Se oían descontroladas. Seguramente, un gallo galán hacía de las suyas. También se escuchan gansos, es divertido porque pareciera un coloquio entre plumas. Además del gallinero, también hay una escuela primaria. Cuando suena la campana del recreo, cuento a tres, y se escucha como que hubieran destapado un tonel con mil abejas, en un estadio con micrófonos. Los niños, los gallos y los gansos –con sus respectivos decibeles– compiten. Cuando nos visitan clientes o proveedores, sorprendidos, siempre preguntan. Y es que pareciera que son parte de nuestro equipo de trabajo, se oyen muy cerca.
Para mí, son parte del folklore de la oficina, y me haría mucha falta su algarabía si se fueran. En especial, los viernes. Ese día a los niños les dan permiso de escuchar música, y yo, la escucho con ellos. Hay días de mucho trabajo, deadlines y rutina estresante, pero aburrimiento ¡jamás! Las aves y los niños se encargan de mantenerlo muy lejos.

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