A mí que la cocina me incendia con las mejores luces, a mí que la tradición familiar me salva de caer en abismos bien conocidos, a mí que llevo los muertos pegados a la existencia como columnas vertebrales, la vida me ha colocado en un lugar en donde no existe el tiempo.
No hay horas para unirme a la preparación, ni horas para sumergirme en el ritual del montaje. No hay tiempo para resucitar las viejas buenas breves felicidades.
Porque todo es para ayer, los números, los planes, los pagos, las obligaciones. Porque acechan dificultades sin tregua. Porque marco asistencia en una máquina como si habitara una narración distópica.
¿Cuándo permití la destrucción del equilibrio? ¿Cómo? ¿Por qué?
El día de muertos me recibe moribunda, y me aferro desesperada a cada abrazo, al momento escaso, a los colores, a los sabores indispensables de un fiambre que no me contiene.
La tradición que mis abuelos construyeron con solidez férrea se me escapa casi completa. Cada año que transcurre bajo el yugo del tiempo escaso produce un dolor más agudo. Me estoy perdiendo de un elemento sustancial de mi identidad.
Soy cobarde y pequeña. Siento cómo algo se rompe adentro. Cada año me someto sin dar batalla a una extraña y poderosa muerte.
gracias Nicte por sus reflexiones
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