De cada contrariedad inapelable la literatura salva como nada. Con un conjuro de pocas palabras coloca orden en el sinsentido de alguna calamidad.
Cuando la prueba es tan honda que no encuentro su fondo, la amaino dando largos paseos por las plazas de un espléndido libro.
La intención no es encontrar respuestas que resuelvan. En todo caso, la lectura es vehículo hacia estados mentales levemente serenos, un logro inmenso que debilita al miedo.
En otro plano, leer por placer supone una sólida tregua, una distracción luminosa en medio de la penumbra. Las historias transportan a sitios tan distintos a nuestro dilema que olvidamos brevemente lo que nos priva del sueño, lo que lastima la respiración.
Con tales amuletos literarios me doy por bien servida. Su generosidad no tiene parangón.