Explicar su sitio en el mundo implica una conversación honda y explayada. Comprender su voz en esta historia, desentrañar sus intenciones, si es que las tuvo en el plano consciente, son partes del reto. Un reto que no termina.
Nos zambullimos en la propia experiencia sin poder evitar que nos transforme. Cambiamos. Los años nos hacen viejos. El proceso de oxidación modifica la mirada que damos al entorno, a los personajes, al mundo, al arte, a la historia. Los desafíos también cambian. Los del aprendizaje, los de la emoción, los retos vinculados con las metas, con el crecimiento, con el deseo, con la adversidad. Tomados de nuestra mano, los retos y cuestionamientos también evolucionan.
Conocer y comprender a Oscar ha sido una caminata de largo aliento. Empezó en la juventud. La primera vez era prácticamente una niña, una joven incapaz de penetrar o comprender a fondo casi nada. No poseía ni herramientas ni experiencia.
El primer acercamiento a su obra fue la novela que provoca este texto. Concibo esta visita como el abordaje de una reflexión pendiente de concluir. Leí El retrato de Dorian Grey cuando aún no cumplía veinte. Lo leí en inglés. Oscar Wilde, me pareció entonces, era un escritor diestro en descripciones, custodio del lenguaje como materia prima de la belleza. Un autor capaz de fusionar realidad con fantasía con descarnada naturalidad, un novelista de suma imaginación.
Desde este sitio en el tiempo veo con claridad que en aquella primera lectura predominó el asombro por la forma en la que Wilde creaba las imágenes, por la exquisitez de las descripciones, por la creatividad con la que construía ficción. El viaje al corazón de la historia y sus implicaciones aún no ocurría.
Hace un par de semanas fui invitada a participar a la sesión de un club de lectura para conversar sobre Oscar y su retrato de Dorian. Por supuesto, de todo lo que en el pasado había escrito con respecto a la novela -la única que publicó- no queda nada. Lo que existe lo llevo en la mente. Y la mente ya no es la de entonces, guarda pero no sabe dónde. La leí de nuevo, por tercera vez. Leer más de una vez no es repetición inútil, cada edad con su particular mirada brinda la oportunidad de encontrar nuevas aristas y honduras en obras revisitadas.
El asunto del desafío que traté de explicar al principio se evidenció grande después de esta lectura. Sin embargo, no andaba tan perdida la memoria. La historia fue despertando, los personajes fueron reconocidos, incluso recordaba la médula de algunos diálogos. La calidad literaria de El retrato de Dorian Grey guarda su sitio en mi entendimiento lector. La naturaleza esteticista de su prosa se hizo más evidente.
En el pasado, conocer la biografía de Oscar Wilde respondió al llamado de la curiosidad de una joven novata, ignorante y asoleada lectora. Una que busca conocer lo evidente de un artista. Lugar de nacimiento, ambiente, influencias, otras obras y su género, lo de la ficha técnica. La indagación sobre su agitación interior no estaba en el radar.
En esta oportunidad, después de cientos de lecturas y conversaciones, después de años transitando una perenne indagación sobre la literatura y su impacto en la condición humana, la curiosidad anduvo muchos trechos más en diversas direcciones. Oscar Wilde se hizo presente completo, con la inmensa complejidad de su lugar y su momento y su forma recia de llevar puesta la vida.
Para hilvanar una conversación profunda y rica sobre El retrato de Dorian Grey es indispensable incluir el contexto de Oscar Wilde. Conocer la naturaleza del autor permite además de comprender el registro de la obra, obtener respuestas.
A través de la novela, Oscar edifica una mirada acuciosa a la sociedad victoriana de su tiempo. Los caracteres de sus personajes son símbolos, los diálogos, argumentos filosóficos que se ocupan desde la belleza como fin hasta las estética de las formas como disciplina. El hedonismo es hilo conductor. La fragilidad humana asoma lacerada, su ternura, una gran ausencia. La novela plantea un interminable cuestionamiento, Wilde incomoda al lector sin señalar o acusar. Muestra, dibuja, perfila, y eso es suficiente.
Su naturaleza y su concepción de la libertad en el denso ambiente que bien reflejó en la novela supusieron para Oscar Wilde el desafío del artista que transgrede el status quo de toda una sociedad.
Profundizar en su rebelión personal, en la respuesta del entorno y en las consecuencias de sus posturas es una reafirmación. Los artistas como Oscar son indefectibles. A autores como él debemos el inicio de conversaciones diferentes y el planteamiento de nuevos cuestionamientos. Sin ellos la evolución cultural sería una ruta aún más tortuosa, sería, probablemente, una quimera.

Me encanta Oscar. Un saludo.
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Oscar fue un personaje primordial para la literatura. Gracias por leer, saludos.
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