GLORIA Y ESPLENDOR

“La noche se hizo para el amor, la reflexión, la filosofía y la risa…”

El de mi abuelo no era un estudio elegante, no era un imponente espacio de orden y conocimiento, no tenía paredes forradas con libreras de caoba. Era una habitación más pequeña que grande, alejada de extravagancias.

La habitaban un escritorio de metal, dos viejos sillones forrados de cuero y una estantería también metálica que sostenía libros y discos de vinilo. Tenía una enciclopedia de los clásicos, tres tomos del Libro de oro de los niños y algunos títulos de nombres hoy desvanecidos.

Una tarde del año 82, durante las vacaciones de fin de año, Tata, así le llamábamos, se ocupaba en su escritorio en alguna tarea que demandaba concentración. Con tanto nieto viviendo en o visitando su casa, pocas veces se afanaba en sus asuntos sin ser interrumpido. Entré a preguntar algo, a ver en qué andaba, a darle un beso, tal vez. Era un viejo adorable.

Entre las novelas históricas que desfilaban en su anaquel, encontré una que atrajo mi atención. El nombre, la portada y la breve descripción de la contraportada fueron imanes. Le pregunté de qué iba la historia. Respondió que se desarrollaba en la antigua Grecia. Me invitó a leerla. Al día de hoy, no tengo claro si me la daba en calidad de préstamo o si se trataba de un regalo. Nunca la devolví.

Gloria y esplendor de Taylor Caldwell fue un parte aguas en mi apetito lector. Tenía trece años. Aunque ya había leído bastantes novelas juveniles, algunas no tan juveniles e infinidad de cuentos, esta obra grabó en mí una impronta perpetua. Su lectura fue la consolidación de un profundo amor, de una feroz devoción.

Esta exquisita, bien investigada, a veces densa, finamente hilvanada y muy adulta novela, abrió de par en par mi entendimiento a las raíces fundamentales de la cultura occidental. Mejor aún, colocó mis manos en las de Aspasia de Mileto, la brillante, autónoma y poco convencional cortesana, compañera de cama y de ideas de Pericles.

La novela narra cómo se construyeron los cimientos de la democracia. Da cuenta de una Atenas en ebullición. Cuna del conocimiento, de la filosofía, era una ciudad de búsqueda intelectual, un jardín para la proliferación de arte. Habla también de sus conflictos porque como toda civilización con ansias de poder, no fue inmune a las guerras ni a las traiciones. Persia, rival de Grecia por antonomasia es en la novela una suerte de personaje colectivo.

Aspasia poseía un concepto particular de la libertad, avanzado para la época. Su capacidad para discernir y facilidad para aprender hacían que Pericles confiara plenamente en su consejo para asuntos de Estado. La de ellos fue más que una relación de pareja. Eran cómplices de pensamiento y visión.

Caldwell describe a Aspasia como una mujer de gran belleza, lo cierto es que poco se conoce acerca del verdadero aspecto de la cortesana. Se sabe algo de su origen, de su destino cortesano, de su inteligencia, de la importancia capital que tuvo en la vida de Pericles quien, dicho sea de paso, estaba casado con otra mujer.

Después de esta leí otras novelas históricas de la autora que también encendieron luces en mi concepción de la Historia y del desarrollo cultural occidental. Pero Gloria y Esplendor es fundamental en mi recorrido literario, un afortunado rito de paso.

Han pasado cuarenta años y aun conservo el ejemplar de mi abuelo materno, Ediciones Grijalbo, 1978. En algún traslado perdió la carátula, por lo demás está intacto. Guarda, de extraña manera, las manos de mi abuelo, sus palabras, la imagen de su cuerpo encorvado sobre el escritorio, de su cabello blanco inmaculado. Guarda fragmentos de su nieta, por siempre curiosa.

Deja un comentario