
Nuevo inicio. Después de 24 años en el mismo lugar y con la misma gente, empiezo el ritual del ejercicio en un sitio nuevo.
El primer día que fui a World Gym, en octubre del 97, mi Saltamontes iba en porta bebé. Yo tenía 28 años, 2 peques, un trabajo en el que aun continúo y necesidad visceral de agitar el cuerpo.
New beginnings are always wonderful, dice mi sabio. Le creo.
Fueron 24 años de erigir disciplina, de cultivar amistades profundas, de retarme y disfrutar.
Era más que un espacio con máquinas y clases. Era una comunidad. Un lugar seguro en donde transformábamos penas y dificultades, desencuentros o silencios, en un propósito.
El cuerpo es vehículo para sanar el interior.
Ese enunciado es quizás la mayor enseñanza que el hábito del ejercicio ha dejado en nuestra conciencia.
Infortunios agitaron el tiempo. Un accidente que fracturó mi rostro con cínica creatividad, enfermedades de los peques, desafíos laborales y personales.
Pausas breves, jamás un retiro.
Fue el gimnasio quien se retiró. El sábado me despedí, el lunes cerró sus puertas. El martes empezó su desaparición.
Ciclos se cierran para abrir puertas a otros. Y en medio de la transición, doy un paseo en reversa cronológica. Busco a la joven, a su bebé y a su hijo ciclón de 3 años.
Veo su mirada al mundo, la ingenuidad que la conducía por la vida y por los sueños, su ánimo peligrosamente juvenil.
La veo algún tiempo después, corriendo desaforada en la banda, más clara de lo que sí y lo que no. Un poco rebelde en su fuero interno, inmersa en laberintos, coleccionando lustros.
De ella también me despido.