Me dijeron que poco a poco olvidaría lo que sucedió esa tarde. Que ese sinsentido, convertido bruscamente en noche, se disiparía a paso de tiempo.
Dijeron que los detalles se nublarían. Como si los años, ilusamente, fueran borradores de goma y la tragedia apenas un dibujo hecho a lápiz. Lo repitieron cien veces cuando me partía por la confusión y el dolor. Eran palabras de los adultos sueltas al aire cuando de niña subía a esa espiral de duelo una y otra vez. Y dijeran lo que dijeran, cada movimiento, el olor a sal, el golpeteo del agua sobre el casco rosa pálido, las últimas frases antes de que todo diera vuelta, el sabor a cuchilla salobre que laceraba mi garganta, la angustiosa cuenta atrás de los minutos porque oscurecía de prisa, todo permanecía intacto.
Cada línea y toda la profundidad del momento conservaban el mismo tono, la misma agudeza.
En la adolescencia fue parecido. Insistía el recuerdo perfecto y también la profecía falsa de que olvidaría. Lejos de irse, la catástrofe me creció dentro. Con la pubertad llegaron la rebeldía y su inseparable aliada la ira. Llegaron golpeándome las preguntas sin respuesta, una tras otra, como vagones de un tren que no resuelve, que no lleva a ningún sitio. Y la culpa asomó como un nuevo verdugo. ¿Por qué escogimos (escogí) esa lancha? ¿Por qué no bajamos cuando aún no llegaba la furia del mar? ¿Por qué no dejamos que la lancha naufragara y se muriera sola? Nada se borró. Ni un solo instante. Todo lo que sucedió seguía vivo, colorido y multidimensional. Con sonidos y olores y cada palabra de la última canción. «Una luna hay, solo hay un sol que da luz a todos sin excepción…que pequeño el mundo es…» El recuerdo, lejos de palidecer, crecía y se hacía profundo. Intenso, como es todo cuando se tiene dieciséis años. Cada escena del accidente echó raíces en mi psique. Las ramas que le nacieron me definieron, me hicieron incapaz de dejarlo ir.
Hoy, casi cuarenta años después, las raíces y las ramas son enormes. Todo lo que pasó creció para adentro y hacia afuera. Cada instante se repite una y otra vez. Mi papá aún en el canal empujando la lancha, como si fuera cosa de un hombre vencer la furia de mil aguas salobres. La canción se repite sin ser invitada. Siento el golpe seco con el que el mar nos recibió en el umbral de la barra. La vuelta violenta sucede de nuevo, el casco viendo al cielo, mi papá con los ojos desorbitados y el agua hasta la barbilla, el susto de todos tan inmenso como el mar que en segundos nos engulló y se hizo cargo, a su manera, de salvar a algunos y de matar a los otros. Todavía siento la sal quemando mi nariz, la arena y el ardor pinchando mis ojos. No se olvida una sola gota de agua de aquella noche que cambió todo para siempre. Que me cambió a mi y a los otros pequeños sobrevivientes, que no dejó adulto alguno vivo. Como si fuera una lección para los absolutamente felices.
El andar de los años no cambió el agujero que dejó cada uno de los cuatros muertos. Cambió acaso lo que en vida aguardaba para ellos. Lo que nunca llegó.
No. Esa tragedia tan grotesca e innecesaria es imborrable. Tanto como el dolor que hay en el espacio de los ausentes, de mi grande y llorado ausente. Y cada mayo la ira vuelve con ímpetu, como cuando me ahoga la angustia por las malas bromas que me gasta la vida y no lo encuentro a él, ni a sus palabras de papá, ni a su abrazo. Solo me queda el aire que mi viejo ocuparía.
Tu dolor me duele. Te dejo una frase que escuché hace unos días:»Forgiveness is giving up the hope that the past could have been any different». En algún momento, quizá logres perdonar a la vida. Mientras, aquí estamos los amigos.
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solo me queda el aire que mi viejo ocuparía…. AMIGA, Mi Nicté que gracias a tus palabras haces bello tu dolor por la forma en que nos unes en esa rebeldía… y entonces él… sigue palpitando en tus escritos, y nos alcanza y abraza a través de ti en ese No olvido.
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La notica, el dolor, los buenos recuerdos de esa casa de muñecas «Tinco», y luego más tragedias familiares años después… desde otros mares y otras lágrimas… ese mismo dolor de un padre que será recuerdo… la ausencia de nuestros padres nos une a nosotras y les une a ellos, de seguro en las estrellas, en el cielo.
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Hermoso y profundo… ese resueno de palabras, que ahora que he sufro este dolor aun no entiendo, no asimilo y no quiero aceptar. Gracias por hacer colectivo y compartido este sentimiento.
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