Cada rincón del mundo recibe su porción de luna. La luz, la distancia, el color y el escenario varían. Cada meridiano del planeta tiene su propio momento. Pero la luna es la luna.
En esta ciudad de luces y trenes y fresas cubiertas de chocolate, la luna se queda baja para mojar sus pies en el mar.
Ella que se cubre el ombligo con la transparencia de velos nubosos a colores y yo que por verla no quiero bajarme del puente. El aire que abate mi pelo y pone agua en las esquinas de mis ojos le mueve el vestido. El mismo aire remueve mi historia.
Cada quien hace de su luna un amuleto para lo que necesita. Y hay urgencias personales que requieren de lunas múltiples, variadas y variantes y cómplices.