Bienvenida

En aquellos tiempos en los que mis peques eran realmente peques, me regalaban fiesta cuando regresaba de algún  viaje.  A veces hasta con tarjetas, algún globo hubo por aquellos años. Por supuesto iban al aeropuerto. Y el adulto que los llevaba se aseguraba de estar a tiempo para recibir a su viajera. Pero la vida pasa y las recepciones y las percepciones cambian. También la relatividad del tiempo.

Mis peques ya no son peques. Ni se asoman, ni preguntan la hora de llegada del avión que transporta los pedazos de su mamá. Y el adulto que hace favor de recogerme –tan chulo él- , me dice que lo llame diez minutos antes de salir. Y toca un alrevesado ratín de espera. No pasa nada, hasta que veo rostros sospechosos que adivinan. “¿Quiere una llamada mamita?” “¿A dónde la llevamos señito?” aparece entonces el señor. Pregunta por qué no contesto el teléfono.  Después me saluda, como todos los días. “¿qué hubo?”.  No pasa nada.

¡Ahhh…! Pero llego a la casa y pasa algo. Algo  feliz.  El Blitz me hace de junto todas las fiestas que recibí cuando los peques eran peques. Brinca, me habla -sí, el Blitz no ladra. Habla esa lengua con canción de los Huskees siberianos- me abraza, casi me bota.   La Chela también hace su bullita. Es hembra y lo hace con su muy femenino mohín. Pareciera que los perros no saben. Pero sí saben, me siento bienvenida. Y con tal cariño tengo todo. 

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