» Únicamente quien escribe con sangre, inmerso en su propio tormento o alegría, el que transgrede toda norma vigilante de la imperdonable lógica, el que desemboca sin temor en su oculto mundo tenebroso y pincha los lugares más ocultos, únicamente ese, puede insinuar que posiblemente es escritor. Y su estilo va naciendo, poco a poco, de su balbuceo insondable, de sus silencios majestuosos, de su cavilar, desde donde el corazón dirige los escuálidos recintos del cerebro.»
MARGARITA CARRERA
No soy escritora, pero sé de que sangre y de cuál transgresión habla la gran Margarita. Lo sé por qué son las mías…
Soy, (o fui) hábil para tapar el sol con un dedo. Experta, fue mucha mi práctica. Pero los años y los silencios me han empequeñecido. Mis eclipses menos frecuentes. Mi dedo queda demasiado chico, y el sol que he de tapar para que la vida, nuestras vidas, continúen sin daños ni cambios, ese astro amarillo e infame, se vuelve gigante. Poderoso cuerpo de fuego. Y me quema la yema del pequeño dedo. Luego la mano, débil. Pasa por el brazo, arde mi hombro y la llama llega al corazón. En ese instante todo estalla. Me dobla, me quiebro, me consume. Momento desesperado en el que invoco a la muerte. Luego el milagro. El sol que lacera no es para siempre. Nace el poema de la experiencia. Ese sí quedará siempre.
La vida con sus vueltas
me enseñó a tapar el sol
con un dedo, acaso a
a veces necesitaba dos.
Fue una capacidad que
desarrollé en el tren de
los pequeños infortunios.
Sin embargo dejaron de
ser pequeños (mis infortunios).
El silencio largo que quedó
con el paso de los años,
los cambios hondos que
vistieron al alma de mil daños,
disminuyeron mi luz a su paso.
Manos, dedos, mente. Perdieron
fuerza. Incapaces ahora de tapar
o fingir. De fingir que todo va bien.
Muere mi convicción blanca
de antes, la que firme fue capaz
de brillar sólida cual diamante.
Y el poderos gigante de fuego
que con inútil desesperación
deseo tapar, vence a la escasa
y enferma fortaleza (¿cuál?)
Arrasa a mi disminuida voluntad.
Arde mi dedo al tratar de taparlo,
Su fuego de sol que todo violenta,
consume yema, manos y momentos.
Abrasa hombros, quema sonrisas.
Despacio sus llamas potentes y
eternas, consumen a mi corazón.
Despierto. Soy ceniza, lágrimas,
Soy acaso una sombra de nadas.
Son ahora pequeños mis dedos
que ya no tapan astutos soles
han claudicado, están quemados.
Y es que ya no soy capaz
de tapar el sol con un dedo,
tampoco lo logro con dos.
Ardo toda.
Aquel tiempo de mágico
eclipse en este día terminó.
Luego nace el milagro. La luna.
No hay sol de lacerante intención
que arda para siempre. Tregua.