Te invito a bailar

!Qué antojo de escribirte, hombre guapo! Y no para llorarte. Ya has de estar aburrido de ver lloriquear, desde donde sea que descansés, a esta tu hija que se complica la vida por ser más sentimental que práctica. Mejor sería hacerte reír. Para eso te mando una arroba de disparates, hoy que en el calendario amaneció con estrellita el día de tu nacimiento.

Ya cargarías entre cana, calva  y barriga 68 años. Pero tus ojos, ¡ah…! tus ojos moros y peludos,  seguirían siendo de niño. Hermosos, una aventura épica. Como es menester de los que aún andamos  vivos atizar la memoria de nuestros muertos, hoy escribo para revivirte un ratito.

Y si me lo permitís, te invito a bailar. Sí, corazón, a bailar apretado y limpio, como solo padre e hija pueden hacerlo. Escuchá nuestra música, ¿sentís? la llevo dentro.

Hoy se desvanecen todos los años vacíos de ti, con solo imaginar que me abrazás y bailamos como si no existiera nada más en nuestro universo. Así celebro tu cumpleaños. Una fiesta invisible, al compás de violines y recuerdos.

Mi Bon Jovi

Algunos derrumbes, fango con dibujos de muchas llantas. Pero no importa el ritmo lento del tráfico, viajo con mi propio Bon Jovi de diecisiete años. Canta «Dead or Alive» completa, sube y baja como si él la hubiera escrito. Cada palabra resbala en su lugar. Le pone tripa y corazón. No hablo, no respiro, para no interrumpir su momento de pasión musical. Se me derrite algo adentro de tanto adorarlo. 
Quisiera perpetuar la experiencia, guardarla en una cajita para no perderla nunca. Por eso la escribo. Es grande el privilegio de llevarlo al colegio. A quienes se les crecieron los hijos, han de entenderme. Porque esa rutina simple pero deliciosa, tiene los días contados. 

Cadencias

La lluvia otorga una cadencia particular a la tarde. La sosiega. Claro, eso sentimos si no somos prisioneros en la guerra del tránsito. Algunos truenos compiten con el Filio, quien no deja de cantar en mi cocina. Aunque se asuste con el ruido de la pequeña tempestad. Sí, el aire está gris y las nubes intentan entrar por el ventanal. Pero hay algo místico en la lluvia de hoy. Un mensaje, ese olor a mojado que trae frescura. Permítase sentirlo, diisfrútelo por favor…
Y cante:
Kiss the rain, and wait for the dawn 
Billie Myers

ETERNO

Eternidades de tantos tamaños. La mía pequeña, la tuya,quién sabe? Siempre has estado ahí. Muchos misterios duermen en tus aguas. La cadencia de tu marea hipnotiza y con la voz de las olas cuentas historias. Las vistes de espuma. Llevas parte de la mía en algún remolino, celoso la escondes. Llegará el día en el que me devuelvas, en alguna vida, o en otra muerte. Invento que salgo a buscarla, y me pierdo en tu inmensidad.



Juego de memoria

Cuido a la memoria. Es quien me arrulla cuando necesito ser niña y volver al refugio de la infancia. Me habla de lo que he sentido y sobre quienes me han querido. Guarda sentimientos. Es la sagrada bóveda en donde sobreviven mis muertos y ausentes. La cuido más que al cuerpo o al pelo. Por mucho. La ejercito más que a los muslos. Memorizo desde números de NIT y claves electrónicas, hasta fechas y nombres, canciones y poemas. 


La hago sudar, subir y bajar las gradas empinadas de mi historia. Le pido que me cuente anécdotas de mis pasados. Con detalles, olores y sabores, repite qué dijo quien, habla de cuánto sentí. Describe en donde me encontraba. Dependo de ella para atizar el fuego de mi identidad. Lo sabe y juega a las adivinanzas, a veces me tortura y se finge desmemoriada. Como anoche. Por más que somataba mi mente no lograba recrear la imagen de la casita primera que alquilaban mis papás y tíos en el Jiote. Esa en donde nos enamoramos de aquella playa salvaje y solitaria que fue nuestro breve paraíso. 

El amanecer trajo compasión a mis recuerdos. Despertaron. Entré de forma rotunda en aquel rancho de madera blanca, pequeño y rústico. Recorrí sus pocos espacios y salí a su porche trasero a caminar sobre arena y ver el mar. Ahí estaba yo: 6 o 7 años, el pelo corto, obra de la tijera veloz y asimétrica de mi mamá y un diente que no terminaba de caer. Olía el mar vestida con un short rosado. Entrecerraba mis ojos niños para sentir mejor la brisa. Y fue ayer apenas, o hace casi cuarenta años, el ánimo manda.


Ya no cargo con la angustia de anoche. Mi memoria se apiadó y me regaló ese consuelo que solo ella sabe dar. El de mis capítulos y caminos, esos que nadie podrá arrebatarme, solo ella. Me tiene a su merced en eso, por eso la cuido tanto.

En franca rebeldía

Amanezco  con el espíritu rebelde. No sucede todas las mañanas. Pero ponerme de pie así, poseída, es un fastidio.  Distintas sinrazones provocan mi pequeña rebelión. Un mal sueño, lejanías y algunas certezas que me disgustan, no puedo cambiar  y  en esos días destemplados se me pegan con Crazy Glue a los pensamientos.  O me entristecen. Póngales el nombre que quiera. 

Hace unas semanas leí una historia hermosa. No se las cuento porque es larga, compleja y sucede muy lejos. Léanla.  Un niño de doce años poseía un espacio mágico.  Su madre biológica había muerto al dar a luz. -Sí, triste, pero la madre adoptiva era fenomenal. 

 Su rincón de los milagros era el escritorio en el que su mamá muerta trabajaba cuando estaba viva. Lo dejaron tal como ella lo abandonó.  Hasta el abrigo colocado sobre los hombros de la silla. Un poco de su fantasma para sentirla mucho.  En momentos de penas y descubrimientos, el chico llegaba y le platicaba. Como quien suelta un balde de agua,  la empapaba con el caudal de sus emociones.  Le pidió algunos imposibles, y claro, se los concedió.  

No tengo un bolígrafo o un cuaderno que haya pertenecido a mi papá cuando vivía. Mucho menos un escritorio y una silla con su saco para engañarme dibujando sus hombros. Lo que queda de su fantasma lo encuentro a veces en el mar. Y resulta que no vivo en el mar.   Como esta mañana ando rebelde, quisiera un espacio, un sonido, un olor. Algo suave entre mis manos.  Para inundarlo con todo lo que siento. 

Hoy ha de perdonarme la vida, porque traigo el ánimo en franca rebeldía. Mañana será otro día, y como tengo mis trucos mentales, inventaré otra pirueta. 


Piel de Satín


Hice la promesa de no volver a tener nada que ver contigo. Pero el destino me juega bromas pesadas, de una u otra manera siempre coincidimos. En alguna celebración, en los cafés, en cualquier calle.  Pareciera que alguna fuerza superior se ensañara para ponerme frente a ti a cada rato. Cerca, tan cerca, que mis manos, como si tuvieran voluntad propia, no pueden evitar tocarte. Tomarte con fuerza  acercarte a mi boca.  Y ahí estás, elegante, con esa clase que solo tú posees. Te dejas tocar, muestras tu cara más dulce. Irresistible.

Vuelvo a caer en tu trampa. Al verte y olerte se evapora la decisión solemne de alejarme. Tu piel de satín moreno me hipnotiza. Es tan grande tu poder que endulzas mi boca antes de tocarla. Pones mi mente en blanco y olvido que el tuyo es un corazón amargo. Cierro los ojos, te siento. Empiezas en mis labios, se nubla mi entendimiento.

Provocas placer.  Pronto y con descaro te deslizas. Con pericia dejas tu huella en todo. Sufren mis caderas, te adueñas de ellas. Se inflaman con tu astucia, son víctimas a tu derriba. Crece mi cintura y toda mi temperatura se eleva.  Después de devorarte como enajenada, todo el cuerpo reclama mi falta de protección. Lloran muslos, caderas y vientre. Tanto como solloza mi cabeza, cuando horas más tarde de nuestro encuentro tóxico, padece la dolorosa consecuencia. Pierdo la razón.

 Eres infame. Delicioso, irresistible, majadero. Nuestros primeros roces me hacen feliz, pero sé que a la larga no traes nada bueno. Todo poderoso, pago caro el pecado de devorarte, pierdo todo control. No aprendo. Si además de tu sabor a cielo llegas vestido con la elegancia del mazapán, das el tiro de gracia a mí ya debilitada voluntad.  Eres veneno puro, amado chocolate. Amo y señor de la glotonería, la más dulce de las torturas.












Apuntalada

Voy por la vida apuntalada por la solidez de algunos recuerdos, por algunas presencias imprescindibles. Como si fueran vigas de madera, me sostienen. Alrededor veo al cielo, su certeza no me abandona.






Conocí esta casa de muchos siglos. Encontré algo mío en su imagen. Huracanes, incendios e insensateces la han azotado. De pie permanece sostenida por las historias de sus cimientos, por los maderos fieles que no la abandonan. Somos mariposas de la misma colina, esta vieja construcción y yo. Conocemos el fino arte de la sobre vivencia…a veces.



ACERCARME DE NUEVO

Acercarme de nuevo. A pasito de caracol o a salto de grillo deseo volver. A la paz que me brindaba, a las carcajadas que ahí solté y dejé perdidas, a las cosquillas que adornaban mi ombligo pequeño. Esas que invoco cuando necesito recordar cómo sentir. Sueño con ese espacio, que no tiene coordenadas ni encontraré jamás en google maps. 
Era un lugar amplio. Me envolvía con aire ligero y sabor a mar. Como lo hacen a veces las estrellas, me acompañaba en todo. Cada día me regalaba un paisaje distinto. Era isla, era montaña, o una manada de nubes. Dependía de la fantasía que reinaba en mi imaginación.
Tenía mucho que ver con la luna, todo que ver con el sol. Era un estado mental dentro del cual me zambullía. Como pato, ahí podía nadar o volar. Un lago plácido. Verde y azul. Gotitas de agua jugaban con mis plumas, eran los descubrimientos que coqueteaban con mis ideas. Podía desplazarme, a lo alto o a lo bajo, a lo poblado, a lo solitario. Mi lugar era un santuario.
Lo habitaban mis más amados y la certeza, tan necesaria, de sentirme también querida. Ahí las tormentas gozaban de una vacación permanente. Lejos. Distantes de mis flores, de las canciones o de los sueños. El miedo era ajeno a mi vivir jugando. Precisa desempolvar el arte de volver allá.
Llegaré de nuevo a tus confines, inolvidable y mágica niñez. Planeta de cobijo y promesas, algún día nos volveremos a encontrar.