Se me da fácil pasar de la dimensión contable — jerga con la que me gano la vida — a este estado de conciencia que me posee cuando leo o escribo poesía, cuando me nace un cuento adentro. Las finanzas acompañan al sol, juntos duermen al caer la tarde.
Con la luna llegan la palabra, el verso, los poemas inmortales. Cada estrella, una idea. Es como pasar de hablar en ruso a hacerlo en portugués. El primero es anguloso, geométrico, un tambor. El otro es suave, una ola mansa, listón que enamora, melodía de violín.
Privilegio, locura, habilidad bendita que crece a paso de año.
Flujo de caja conoce a Soneto. Se miran, se tocan, se besan y se enamoran.
Margen operativo, novio de día. Haiku, amante de noche. Son mis lenguajes cotidianos y queridos. Limón y azúcar, las dos caras de mi loco espejo, ambas vitales.
Agua y oxígeno para sobrevivir.
Mi naturaleza es un abrazo de pensamiento y emoción, danza de opuestos en íntimo tango.
Un milagro alfanumérico, así es mi idioma. Soy mujer que aloja dos mundos distantes: uno de razones, otro de pasiones. Colisión insólita que lleva mi nombre.