Las gratitudes

“Necesitamos sentirnos todavía un poco libres, si no, ¿qué sentido tendría todo esto?”

La lectura de este fin de semana llenó las horas de belleza y sentimiento, de ternura y también de lágrimas. En la literatura, las buenas historias suelen invocar al buen llanto.

“Las gratitudes” (Delphine de Vigan, Anagrama) es una novela de corto pero profundo aliento. Una historia conmovedora sobre la fuerza sanadora de los vínculos, el poder del lenguaje y el abanico de realidades que se extiende sin remedio en el ocaso de la vida.

Michka amanece un día presa de nuevos miedos, su creciente fragilidad se hace evidente bajo el peso de los años. Se reconoce anciana, siente lo que sucede, pierde certezas, autonomía, una forma de vida, pierde la complicidad de las palabras. Con la traición del lenguaje, para Michka empieza el final.

Acompañada de Marie, la joven vecina que creció a su amparo y de Jerome, el logopeda que la atiende en su lucha por rescatar palabras, Michka transita sus últimos meses en una residencia geriátrica. Sobreviviente del genocidio judío, anhela encontrar a la pareja que la salvó de los campos de concentración, desea y necesita agradecerles.

Las gratitudes, una celebración de la vida en el umbral de la muerte, es además un homenaje al arte escritor. La narrativa de de Vigan urde un bien logrado balance, pasajes con atisbos poéticos se acomodan con gracia en agradables dosis, sobre una prosa limpia, sólida y cercana. Dentro de esa particular forma habita un fondo que expone sin reservas uno de los misterios universales de la condición humana, la tercera edad como postigo del final de la vida.

“Me da miedo equivocarme. Repetir los mismos errores, o que se repitan aunque yo no quiera, como una maldición, como una fatalidad, algo que estuviera ahí, en la sombra, en el recuerdo, en la sangre, en la historia de la humanidad, algo contra lo que no puede hacerse nada…¿Y si no tengo suficiente amor, suficiente paciencia, suficiente atención?”