Coloco lectura en el tiempo, música sobre el silencio, té dentro del cuerpo.
Y es que la noche de viernes posee dificultades peculiares. Llega elástica y densa, una emboscada de fantasmas.
Con los años aprendes a acomodarte en las formas solitarias, su paso implica movimiento, un fenómeno educador. A veces se desalinea, afloja la lección. Preso de añoranza, permite esperanzas y rebeliones, tristezas y enfurecimientos, llanto o gritos. En fin, da cabida a distracciones inoportunas.
Pero en el largo plazo, el tiempo educa en la sabia práctica de la aceptación. La serenidad se convierte en ejercicio artístico, un dominio multiplicado. Ves cómo tu lengua se acostumbra a todo tipo de sosiego, la voz comprende que no es bienvenida, la imaginación se transforma en una fábrica de escenarios alternos. Las manos se acompañan una a la otra. La mente aprende a volar lejos.
Y el cuerpo, casi siempre, se adapta sin remilgos a los aposentos solitarios. Cuando mucho le pesa su condición de soledades recurre al remedio de cobijarse a sí mismo. La posición fetal, la primera de las posiciones, universal y vitalicia, es ánfora de diversos alivios.
Pero la noche de viernes posee las dificultades peculiares. Se desalinea el paso educador de los años, se encienden las rebeliones casi tanto como la tristeza, la lengua y el cuerpo pierden el sosiego, la imaginación se desborda iracunda, la paz se antoja como una añorada sensación, el amor se confiesa un sueño extraviado.
No todo está perdido. La fuerza del pragmatismo procura salvación, recuerda que la noche de viernes será larga, elástica, densa, una emboscada de fantasmas, pero jamás eterna.