No se amansa

No hay libro que seduzca a la memoria 
ni sinfonía que endulce las sábanas.

Sucede a veces
no siempre se amansa la noche.

El espacio se ensancha y el tiempo se tiende por toda la casa
sin señal de movimiento.

La negrura se hace océano
y el silencio es un verdugo.

Sucede así
no siempre se amansa la noche.

A merced de una oscuridad que se impone sin reparo
el espíritu se rinde
nadie responde en otra orilla.

Sucede
no siempre se amansa la noche.

Faro

Es curioso cuán iluminadoras resultan las más oscuras noches. Misteriosamente, sus tinieblas alimentan el entendimiento. Empujan, muestran verdades que evitamos ver.

Las horas nocturnas agudizan la mente.

La pena, tal parece, en breves instantes posee el inmenso poder de alumbrar.

La imaginación como asidero

La imaginación ha sido fundamental para llegar a términos con la condición irreversible de su ausencia. Imagino, por ejemplo, que no sufrió, que no la vio llegar, que la muerte se le metió en el cuerpo sin romperlo.

Imagino que no fue imprudencia, que llevábamos suficientes salvavidas en la lancha, que desconocíamos los desaciertos del motor.

Imagino que la oscuridad y la violencia del mar fueron infinitos, poderosos, superiores a la fragilidad humana. Nada podíamos hacer.

A veces, la imaginación es inocente, colosal. Confía en su regreso o en algún reencuentro maravilloso. Se deja llevar por la fantasía.

Otras es ácida, permite que amargos pensamientos se filtren cuando la serenidad se hace precaria. En esas ocasiones hace mucho daño.

En todo caso, el mejor regalo que otorga la imaginación es hacer mancuerna con la memoria. Juntas, empujadas por un amor que no sabe morir, lo mantienen cercano, habitante de una dimensión atemporal, en un espacio difícil de comprender.

La imaginación me mantiene a flote, da vida a mi padre en misteriosos planos. Por eso la cuido con esmero.

Siempre cómplices


Después de la algarabía y de la indomable búsqueda, después de la adrenalina y del voraz descubrimiento,

sobre la huella de los tan cargados años
de pruebas y regalos,
de aprendizaje y tormentos, de amor y despedidas,

cuando amainaron las inquietudes y presencias fundamentales se retiraron, cuando cambió el sentido de los días,

después de los después
y de los antes impensables cuandos,
los libros permanecen.

Cercanos, íntimos, de pie,
en la curiosidad de la retina,
en la tibieza de las manos,
en el constante pensamiento,

al anochecer, al amanecer,
en el embrión de la despoblada madrugada.

Sólidos, contundentes, magnánimos,
rotundamente sabios.
Llenos de vida.

Siempre cómplices los libros,
en el complicado afán de cumplirle a la vida.

De eternas noches

Es noche de viernes, inmensa, envuelve todo. Asoma casi desolada. Fantasmas de música la salvan, colocan piezas de belleza en cada una de sus esquinas.

Es noche de viernes y yo, habitante de su largo tiempo, desplazo el alma en los confines de un libro.

Encuentro el gozo añorado en su piel de papel. Me hundo en su cuerpo sin pensar en faenas del día siguiente.

La mente se deja ir, sumerge turbación y búsqueda en la literatura.

El aire se aliviana. El espíritu florece, la noche puede ser eterna.

Cerrar los ojos

Rasgar el día, romper la noche. Rasgarlo como si fuera una hoja plagada de palabras equivocadas.

Romperla como si fuera loza de otro tiempo.

Soltar trozos del día en las manos del aire, barrer añicos de la noche, que los pies no sangren.

Cerrar los ojos, tratar, intentar, tratar…

Nocturno

En la desolación que trastoca la noche, no hay asidero más sólido que la sabiduría de un libro.

Mientras cobijemos la mente con mantos lectores, discretos, como si supieran de qué va esta vida, de qué va la noche, el dolor y el reto aguardarán.

Dos registros para una trampa

Cuando mi vuelo queda bajo, busco a Mastretta y a Edel Juárez. Poseen el poder mágico de la palabra precisa, cada quien desde su registro. Con lo suyo, se sueña y se siente y se ríe. Son bálsamo poético, distracción para lo innombrable.

Ellos no saben siquiera que existo.

Yo no completo la existencia sin ellos, sobre todo en la trampa de un sábado fallido.

Noción antes durmiente

He tirado la misma toalla muchas veces. Quedo empapada de falsas razones, muerta de frío, desnuda y triste.

Pero hoy me ha iluminado un misterio indescifrable, una noción antes durmiente.

No es cuestión de tirarla, es cuestión de secarme distinto. De arroparme yo misma, de no morir de frío en aguas ajenas.