Llega el momento en que ya no puedes compartir dolores con tu madre. La fragilidad que los años otorgan ha tomado el hogar seguro que son su voz y su cuerpo, adivinas cansancio en la fortaleza de su abrazo.
Dicta la naturaleza que es tu tiempo de mimarla, de cuidar con primor los detalles que construyen el bienestar que merece. Tiempos para protegerla hasta de ti misma y las penas que te abaten, si es preciso.
Andar el puente, aceptar ese rito de paso cronológico, es una lección de humildad de la vida, siempre cambiante. Una de tantas enseñanzas.
Lo atraviesas a paso lento. Sin poder evitarlo, cruzarlo siembra en silencio un nuevo tipo de dolor.