Nunca volví al sitio en donde te vi por última vez, joven y vivo, enseñándome a cazar cangrejos.
No he regresado a sentir la sal que condimenta su brisa, ni a escuchar la arrogancia del mar.
No he vuelto a caminar por esa espuma que en cámara lenta moja la arena.
Cuarenta años no son suficientes para levantar un andamiaje de templanza que ordene mi entendimiento con argumentos pragmáticos.
A pesar de la distancia que ha tendido el tiempo, no soy capaz de empequeñecer la cobardía que nace en el cenote de mi tristeza.
Temo al choque de galaxias que sucede cuando la belleza se confunde con la fatalidad.
Siento pánico de la memoria y su peor fantasma, temo recordar aquel olor marino que inundó tus pulmones, que cambió nuestras vidas.
No. No volví a pedir cuentas a ese océano que, aquella noche de mayo tal vez sin saberlo detuvo tu corazón.