Pueden —mundo y vida— paralizar mucho de ella. Su camino. Los sueños. Pueden dejarla atónita, desconcertada, buscando calor en su propio abrazo. Pero la parte del cuerpo que aprendió a mover desde que era niña cuando la armonía aún se enredaba entre sus dedos, esa no cede. No sabe cómo. Es más que un arrebato cadencioso, más que una felicidad fugaz, es un rito visceral para sobrevivir.
“Déjala que baile con faldas de vuelo, con los pies descalzos, dibujando un mundo nuevo.”