Nicholas Cage con su carita de payaso triste es un extraño villano-héroe a quien le fascina el estruendo que producen los motores de intrépidos carros. Todavía luce joven, Nicholas. Su bulla me tiene los pelos de punta. Mis audífonos no saben disimularlo, ocultarlo, taparlo, vencerlo. Ignorar semejante escándalo es imposible. Habito un planeta muy lejano al suyo, uno de palabras en donde no hay sitio para motores. Trato de leer un analizado poemario de Sylvia Plath. De un lado el poema está en inglés. Del otro en español.
Nicholas rasga mi flow hasta hacerlo llorar. No siento a Sylvia en su inglés contundente y la traducción al español se convierte en un murmullo sin convocatoria. Con esos reclamos vociferantes de motores y armas no se acomoda la poesía. Ni siquiera en los cambios de escena.