«Ella baila sola» era un dúo español que transgredía al cantar. Y en esa transgresión, cargada a veces de sarcasmo, a veces de reclamo y otras de agonía, radicaba la genialidad de su música. Era disonante, tan original. Una melódica delicia.
«Mujer florero» fue una de sus canciones ícono. Llegó a oídos del mundo en el ocaso del siglo XX. Una jovencita, militante de la generación que revolucionaría el futuro femenino para mejor, etiquetó a otra joven no tan joven de ser Mujer Florero. Se lo dijo con la suficiencia propia de quien recién sale de la adolescencia. Era comandante de la incipiente legión de mujeres que se comerían al mundo. Mientras escuchaba su adjetivo, la Florero en cuestión, algunos años mayor que la legionaria, amamantaba a un bebé de meses y perseguía a su niño-huracán de 4 años por toda la casa. Al mismo tiempo. No puso mucha atención a lo que la chica más chica le decía.
Esta mamá nueva con cerebro de petunias –según la etiqueta musical– se levantaba todos los días antes de sentir luz o calor solar. Alimentaba a su bebé en una estrecha cama matrimonial al lado de su muy joven y dormido marido. Luego correteaba al de 4 años para que saltara a la ducha. Permitía que, durante el baño, el chico pintara burbujas de jabón con colorante de pastel. Mamá florero esperaba que su hijo lograra bañarse sin que, de paso, pintara toallas o dientes o dedos en su artística rutina de limpieza. Las madres creen en prodigios. Acto seguido, procuraba que niñito-huracán se vistiera y desayunara y se lavara los dientes en tiempo récord, sin botar la leche o la casa. Listos niños y lista ella, empacaba bebé y niño en dos artefactos de seguridad dentro de su camioneta Toyota. Uno era una especie de camisa de fuerza para el pequeño Houdini, el otro un porta bebé. Salían temprano.
Sí. Empezaba mal esta Mujer de Adorno. Desobediente, no se quedaba metidita en casita.
Cargada de niños, loncheras, pañalera y portafolio hacía, de lunes a viernes, el mismo recorrido. Primera parada: El preescolar en donde depositaba a pequeño Houdini, quien al llegar ya había escapado de su sillón. Segunda estación: La empresa en la que custodiaba y balanceaba recursos financieros. La acompañaba su bebé. Cabeza floreada sabía de finanzas y trabajaba. Tremenda afrenta. Que alguien diera trabajo a esta mujer, que tenía el deber de ser poco menos que un adorno y poco más que una cocinera, es un milagro. Mujer Florero además de amamantar pensaba en asuntos ajenos a los domésticos. Decidía. Resolvía. Con qué derecho, si las Cabecita de Florecitas no son capaces de hacer cálculos, mucho menos de interpretarlos. A pesar de que los temerarios propietarios confiaron en un jarrón con claveles, la empresa aún existe. Esa joven mamá –arrogante ella– se decía profesional, solo porque –pequeñez irrelevante en su contexto– poseía un título universitario que así la acreditaba. Y porque necesitaba trabajar. ¿Qué habrá pensado? No le correspondía. El mundo en donde se ubicó, el que había escogido, es uno en donde solo los hombres piensan en seriedades y trabajo.
No había tiempo para reflexionar. Su día empezaba y al rato volvía a empezar. Amamantaba a su siempre hambriento bebé. Atendía a su niño preescolar quien, un día amanecía creyendo ser mago y otro brujo y siempre quería volar sobre una escoba. Florero inventaba los disfraces, conseguía la escoba y lo llevaba a clase de natación. La mayoría de las tardes regresaba a trabajar. Antes de salir, extraía leche de su cuerpo para su pequeñín y fe de algún lado para ir en paz, para confiar en que brujito se quedaba tranquilo. Pedía a toda deidad que, en su ausencia, a Mini Merlín no se le ocurriera una de sus travesuras.
Por la noche cenaba con su marido. Se enteraba de su devenir. Opinaba y contaba. Lo insólito era que, en esa época, su esposo la escuchaba. Algo andaba mal con Mujer Macetón de Gardenias, no se hacía invisible con facilidad, no como el guión demandaba. Terminada la cena, ¿qué creen? vuelta a sus asuntos de hijos. Leía algún cuento a Merlín Houdini, o lo inventaba. Lo convencía de que dormir con su capa de mago puesta sería incómodo. El bebito mamaba, su hermano escuchaba el cuento y ella planeaba lo que haría al día siguiente.
Cuando al fin los chicos dormían y el padre de los chicos dormitaba arrullado por la televisión, ella leía. Todas las noches. Era su momento, su gozo, su terapia. ¡Cómo se atrevía! alimentar su mente florero era inapropiado, peligroso incluso. Al final del día, sobre su cabeza no había una sola flor, ni delicadezas, solo pelo desordenado. Y si había vacío no era de neuronas ni de ideas ni de propósito. Si algo le faltaba era tiempo de descanso. O no, perdón, tiempo para convertir su cuerpo en ancha vasija y su mente en un espacio exclusivo para flores y pajaritos.Tiempo para ser una mejor mujer de adorno. Pero no sabía cómo vaciarse. Además sus circunstancias no le permitían seguir las reglas. Su cintura no se ensanchó como obligaba la florida-ordenanza. No fue un acto de rebeldía. Quemaba más energía de la que ingería. Era tanto lo que ocupaba su mente que olvidaba que lo suyo era ser Mujer Florero y que le correspondía representar su rol con propiedad. No estorbar, ni cuestionar. Recluirse en casa, andar en bata, no pensar en nada fuera de su galaxia doméstica y, con suerte, esperar y agradecer un solo beso por semana. Lo único que logró del reglamento fue cocinar. Lo hacía por el gusto de hacerlo. Ahí empezaba y terminaba su ser Mujer Florero. Fue un fracaso.
Fallaba en eso que el universo y las cantantes de «Ella baila sola» y la jovencita que así la bautizó esperaban de ella: Ser florero floreado, vacío y ligero, invisible, inútil e inaudible. ¡Cómo se atrevió a desobedecer! ¿Por qué no lo intentó?
De mayor yo quiero ser
mujer florero,
metidita en casita
yo te espero.
Las zapatillas de cuadros
preparadas,
todo limpio y muy bien hecha
la cama.
De mayor yo quiero
hacerte la comida
mientras corren los niños
por la casa.
Y aunque poco nos vemos
yo aquí siempre te espero
porque yo sin ti,
es que yo,
es que no soy nada y…
Quiero ser tu florero
con mi cintura ancha,
muy contenta
cuando me das el beso
de la semana.
Es mi sueño todo limpio,
es mi sueño estar en bata
y contar a las vecinas
las desgracias
que me pasan.
De mayor quiero ser
mujer florero,
serán ordenes siempre
tus deseos.
Porque tu sabes
más de todo
quiero regalarle a tu casa
todo mi tiempo.
Y por la noche
te haré la cenita
mientras ves el partido
o alguna revista.
Y hablaré sin parar
de mi día casero.
No me escuchas,
no me miras,
¡ay! ¡cuánto te quiero!
Quiero ser tu florero…
Han pasado casi 2 décadas desde mi nombramiento oficial como Mujer Florero. La chiquilla que me nombró mujer de adorno ya no es tan joven. Es un mujerón, legionaria de la libertad como prometía. Y como el destino es el destino, más temprano que tarde y casi sin sentirlo, se vio también amando y amamantando y persiguiendo a tres hijos. Sé que recuerda haberme bautizado como Mujer Florero. Ignoro si sostiene su opinión. La mía es sólida y diferente. Sin embargo aprendí que, seamos o no ornamentos, llega el día en que nos volvemos invisibles e inaudibles. A veces veo atrás y deseo haber sido, en ciertos momentos, una cabeza solo de flores, sin frustración, no haber cuestionado tanta contradicción, no haber llorado.
Pero la vida sucedió de otra manera. Sin apenas sentirlo rodaron los meses y los años. Mi entonces pequeño Merlín Houdini es un profesional consumado que siguió su vocación de color y creación. El bebito a quien tanto amamanté durante esa época de canciones pronto cumplirá 20 años. Confieso que disfruto mucho estar «metidita en casa». Regreso del trabajo lo antes posible. Veo el atardecer y escucho música. Leo como leía entonces y como leeré siempre. Escribo. Nunca aprendí a colocarme con actitud ornamental sobre una mesa o en la esquina de una sala, y he pagado un precio por esa incapacidad. Casi todas lo pagan, lo que cambia es cómo. En mi cerebro no crecen simples flores, nunca he podido cultivarlas, ni siquiera en el jardín. En mi mente nacen y se multiplican ideas. Todos los días, muchos y muchos pensamientos. Sigo a cargo de asuntos financieros en el mismo sitio. En un par de años cumpliré 50 y mi cintura aún no es ancha. «Ella baila sola» ya no canta.
Si llegamos a ser lo que alguna vez, en un arrebato de rebeldía, pensamos que podíamos ser, es que hemos triunfado. Ya sea un florero, un macetón o un jardín rebelde imposible de controlar (porque podarnos nos da más fuerzas), lo importante es eso: Ser. Y que el rostro que vemos reflejado en el espejo cada mañana, la cintura ancha o estrecha y las arrugas que no perdonan, sean nuestro orgullo, nuestra venganza o lo que querramos que sea. El afán viene de adentro. A nadie más le importa un carajo. Besos, Nicté.
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«Un jardín rebelde…» Me encanta. Gracias Patty, gracias porque contigo me siento menos sola. Te quiero!!!!
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Nicté, me encantan tus letras, me resuenan altas … desde el Coaching de vida, aportas tanto con tu escrito, cientos de mujeres de generaciones anteriores y algunas que aun heredan estas formas podrán identificarse fuertemente… siguen sonando en mi cabeza tus palabras ( reclamo, agonía, sarcasmo, radicaba, suficiencia propia, legión, comerían el mundo, asuntos ajenos a los domésticos, empezaba y volvía empezar, Y reí mucho con tu Maceton de Gardenias, ella leía su momento, su gozo, su terapia !!
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