Sobre el violinista en mi tejado

Mantener el balance entre tradición y cambio, sobre todo cuando corren tiempos de reto, es como tocar violín sobre un tejado. Más o menos así lo explica el bello judío Tevye en  «El violinista en el tejado». Y bueno, no podría estar más de acuerdo. Todos poseemos nuestro tejado inclinado con un músico en su cima tocando nuestra canción.
 ¿Quién no recuerdo esa maravillosa y sonora película? Es inolvidable.

No sé que edad tenía la primera vez que la vi, pero recuerdo bien lo que me impactó de sus personajes y de la trama. Lo importante para mí, en aquel momento de primer contacto, era que las hijas se casaran por amor y no por tradición. La casamentera, era a mis ojos, la villana, y el viejo que quería casarse con Tzeitzel, la hija mayor, una equivocación rotunda del guión. ¡Ella amaba al sastre! Lo demás era complementario. De cierta importancia, claro, sin embargo el romanticismo habría de prevalecer.

Pero nuestra visión cambia simplemente porque la vida nos cambia. Y cuando vuelvo a verla, ya muy adulta con mucho camino recorrido, aprecio cada detalle de la película en toda su intensidad. ¡Es una joya, caramba! Desde la música, las actuaciones, la escenografía, hasta la tristeza bien llevada del argumento. El día a día de la comunidad judía en Anatevka es  exquisito  y pintoresco. Sus penurias conmueven hasta el tuétano. Mejor lograda, imposible.
Y me veo en Tevye. Conozco bien su constante conversación con el mero Jefe, sus cuestionamientos, su forma de preguntarle por todo y de todo, y la simpática manera en que él mismo se responde. «Por un lado, esto, pero por otro lado aquello…» Es una ternura ese constante monólogo que sostiene el lechero judío, en la Rusia de principios del siglo XX,  padre de cinco mujeres y fiel a las tradiciones. Las peras se le ponían a cuatro, no le quedaba de otra. 
Como lo hicieron sus niñas con esta pareja de judíos tradicionales, los hijos nos enseñan que las tradiciones y costumbres se transforman. Algunas desaparecen del todo y  nacen distintas, producto de tiempos nuevos. Asuntos otrora impensables suceden, exilios reales y simbólicos surgen, silencios nuevos ocupan el espacio.
 ¿Y qué hacer? Pues nada dramático. Como hace este entrañable personaje, ver al cielo a cada rato.  Continuar la conversación con el Mero Mero, procurar estar atento a su voz  cuando decida responder. Y mientras lleguen sus palabras o sus señales, emprender las acciones que el cambio impone y que buenamente se nos ocurran. 
Habrá que dejar que los hijos se vayan a su Siberia o a donde sus sueños los lleven, platicarle con amor a nuestras vaquitas lecheras, después de todo nos dan sustento. Lodo o nieve hemos de jalar nuestra carreta por todos los caminos, ante eso no hay alternativa. Y, al igual que el violinista lo hace sobre el tejado, no permitir que el balance nos abandone. Precisa continuar con nuestra canción, pase lo que pase, aunque la vida nos exija peripecias mágicas para lograrlo.    
 ¡Y cómo olvidarlo! No quisiera perder jamás el embeleso de luciérnagas que la música del violinista y de todo el universo nos instala en el alma. Cantemos en el granero, aunque solo las vacas nos escuchen. «If I were a rich man…lalala». 

3 comentarios sobre “Sobre el violinista en mi tejado

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