Todos los caminos que algunos locos recorremos sobre páginas. Año tras año, libro sobre libro. Los locos felices por la literatura, claro. Mis compañeros en esta demencia saben a qué me refiero. Tantas épocas, cuántos personajes, miles de historias engullidas.
Resulta que “Como Agua para Chocolate” de Laura Esquivel llegó a sus veinticinco años. Pareciera que fue apenas anoche cuando leí cómo el Pedro se comió a Tita a beso puro, para después hacerse el obediente y fingir que la abandonaba tras un fogón. Le lloré el desamor disimulado para acompañarla. Las lectoras somos solidarias cuando se trata de amores desubicados.
De las recetas ni hablar. Mayor aún es el desquicio de quienes leemos con desaforo buscando resolver enigmas y cocinamos como si en los sabores existieran respuestas para todo. ¿Qué sabía yo de la vida cuando leía esta historia de revoluciones? No mucho. A los veintitantos sabemos poco de la vida y sus paseos.
A esas jóvenes alturas tenía un par de certezas vitalicias bien colocadas en el centro: la literatura salva…y la cocina también.
“…supo en carne propia por qué el contacto con el fuego altera los elementos, por qué un pedazo de masa se convierte en tortilla…»