Estaba distraída. Sentada en una mesa en medio de la fiesta, no participaba de ninguna de las conversaciones que flotaban en el aire. Sólo alcanzaba pedacitos de una o de otra. En ese estar y no estar me encontraba cuando vi su mano extendida. Con ceremonia tomó la mía y me invitó. La apretó mientras clavaba su mirada profunda en la mía y preguntó: «¿Querés bailar?»
Su sonrisa y la ceja levantada, su determinación, y por supuesto la mano -fuerte, muy firme- me cautivaron. De un brinco me puse de pie, dejé tirados los fragmentos de conversación, y fascinada me dejé llevar.
En la pista no cabían ni su alegría ni su entusiasmo. Bailaba como le salía de adentro: con libertad. Todo él era energía. Me tomó ambas manos, me hacía girar, marcábamos viejos pasos de Disco que alguna vez aprendimos juntos, me veía a la cara y reía con deleite. Yo le correspondía.
No recuerdo cuando fue la última vez que me sacaron a bailar así: con ilusión, con la ceremonia de la mano, la pregunta franca y la intención genuina de bailar conmigo. No únicamente frente a mí, sino conmigo, porque existe una diferencia sutil pero fundamental. Creo que también fue en una fiesta de quince años. Hace tres décadas, en el pasado remoto.
Mi compañero de baile del presente fue un remolino que me hizo sentir importante. Al rato me dijo con la voz de quien habla verdades «Te quiero Nic.» ¡Ni empezar a describir nuestro abrazo!
Mi Travolta, caballero y jovial, se llama Luis Eduardo. Tiene doce años, es mi sobrino y me hizo muy feliz con nuestro baile, con su «te quiero» y con las vueltas de trompo.
Y a mí, que las palabras se me resbalan sin tropiezo del teclado o del pecho, hoy no me brotan suficientes para expresar el tamaño de lo que su cariño significa. No las hay tan grandes.
Nos despedimos ayer. Luisito selló su abrazo de despedida con la promesa «te veo en el verano.» Cinco palabras jóvenes con el peso de la certeza y la esperanza.
Nos despedimos ayer. Luisito selló su abrazo de despedida con la promesa «te veo en el verano.» Cinco palabras jóvenes con el peso de la certeza y la esperanza.
Llegó a Montreal esta misma tarde, y hace un rato me escribió «te extraño ya.»
¡Regalo fabuloso de la vida mis sobrinos, caramba! ¿Cuánto falta para que se nos llegue el verano?
¡Regalo fabuloso de la vida mis sobrinos, caramba! ¿Cuánto falta para que se nos llegue el verano?