DICE PIÑOL

Dice Piñol que fue otra vida. Tan lejos, tan antes. Días de pañales, gobernados por dos pedacitos de gente que nos quitaban el aliento y nos rebalsaban de gozo. El filmaba cada gesto y movimiento. Su cámara tragaba sin cesar. Todo lo primero: pasos, palabras, dientes que salían, dientes que caían. Platos de frijoles. Felicidades en VHS que luego él mismo fue transformando en DVDs. «Pero no todo!» dice preocupado. Faltan episodios que pueden desvanecerse en las rayitas negras con las que el tiempo arruga la cinta.

Yo era y soy la de las fotos. Una avalancha de negativos cayó en una cajita. Reliquia obsoleta que me niego a desechar. Antigüedades. Y el desorden digital es abrumador. Empiezo a inventar órdenes y secuencias. Termino viendo con embeleso a mis niños que ya no lo son. Y no ordeno mucho.

Esa otra vida. Sus capítulos duermen en carpetas pequeñitas. Dentro de computadoras.  Si apretamos los ojos como cuando pedimos deseos sobre las velitas de un pastel, despiertan también en nuestras memorias.  «Parece que fue en otra vida» dice Piñol de nuevo. Muchas son las existencias, y a la vez, una sola.

Él procura custodiar en el universo digital nuestros recuerdos de gobernantes pequeños con olor a Baby Chic. Yo, por si las dudas o los olvidos, lo escribo.

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