Necesito un rato de amigas, un par de buenos abrazos, consejos y quizás la solidaridad que se respira en un silencio compartido. Busco algún momento espectacular como solo se vive en los brazos de la amistad vitalicia, en la sensación salvadora de pertenecer a algo más sólido que mi efímera pequeñez.
Quisiera escuchar de quienes creen en mí, que todo está bien y que estará mejor. Oír cosas bonitas acerca de esperanzas y futuros.
Para apaciguar el subibaja de mi hoy, a pulso de buen recuerdo me encantaría invocar al pasado. Disfrutar del hechizo que brilla en la buena memoria. Cerrar los ojos y encontrarnos almorzando detrás de cierto salón de música. Sentir mis piernas abrigadas por aquella falda de cuadrícula café que me protegía de tormentas adultas. Comer helado. Revivir cómo planeábamos la salida del viernes por la noche. Perfeccionar el discurso para conseguir permisos. Contagiarme de joven entusiasmo.
Viajar en el tiempo a Chinos, tomar rusos blancos y escuchar de nuevo cómo nos metían casaca algunos ingeniosos. Reírnos juntos: de la vida, de ellos, de nosotras mismas.
Quisiera volver a aquella añeja despreocupación. Irnos solas, de noche, a Amati. Bailar hasta el amanecer, tomar algo rico, algo que aliviane el alma. Tener el estómago a prueba de balas que teníamos entonces. Comer botonetas y chicharrones…al mismo tiempo.
Cantar a pulmón abierto «TODA LA VIDA», imaginar que coleccionamos mil amores y que dejamos besos enganchados en la memoria de alguien. Sabernos amadas, de vez en cuando. Cantar con la certeza de que fueron buenos amores y besos honestos.
Me gustaría sentir la creatividad que tuvimos a los diecisiete años. Ponernos sombras de ojos sobre el lipstick, sin considerarlo un disparate. Inventar técnicas de belleza desesperadas. Vaciar medio bote de spray en el fleco. Desafiar la gravedad con el pelo y con el ánimo. Sentirnos bellas y dueñas del mundo con la boca empolvada y el copete parado, apuntando a las estrellas.
Me provoca llorar por quienes se nos murieron y por los que nos dejaron. Para luego terminar dobladas en el suelo, muertas de la risa por lo feas que nos vemos llorando. Burlarnos de nosotras por pendejas y por soñadoras.
Sería grandioso regresar, y sacar aún más jugo a nuestros momentos mágicos e inolvidables. Pero eso es imposible. Celebro el milagro que fue vivirlos, tal como los vivimos.
Sueño con un rumbo hacia la vejez rodeada de mis amigas. Compartir achaques, historias, comida rica, nostalgias. Inventar buenos tragos y perfeccionar el arte de la carcajada. Juntas, siempre juntas. Con penas y glorias marcando el vaivén de la imprescindible hermandad que nos fusiona. Poseo un vínculo de unión a ellas y a sus momentos que define parte de mi esencia. Hoy brindo por la fortuna que encontré en la amistad y por el camino a lo largo del cual, valles o montañas, nos hemos acompañado.
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MUJERES EN CAMINO, obra de la artista Alicia Carreño |