Coincidir con alguien a quien se le agripe el corazón con los mismos virus del desamor y la indiferencia, se le alivie con los mismos remedios, y a quien la elocuencia de la mirada le diga más que muchas palabras, no tiene precio. La conexión es tan transparente que la sentimos natural y revivida, como si en otra vida nos hubiéramos conocido.
No necesitamos explicarnos porque pertenecemos a una especie del mismo, y a veces raro, color. Nos duelen las mismas injusticias y nos siguen asombrando ciertos milagros. Nos carcajeamos al unísono y se nos divierte el alma con ocurrencias comunes. Somos compañía silenciosa cuando es lo que precisa o consuelo sólido cuando llegan las sombras. Un rato compartido es una fiesta, una canción.
Y como a estas alturas no transito la vida guardando silencios sobre ciertos sentires, hoy tengo ganas de escribir mi gratitud por contar con las personas que comparten conmigo visiones y demencias. Nunca es demasiado temprano para celebrar afectos.