UNA PISTA PARA ZURDOS

Cuenta mi mamá, que cuando era niñita, mi abuelo Serra me llevó al Carrusel. Muy tranquilo, me invitó a subir en los carritos. Aquellos que se alimentaban con una moneda y se conducían dando vueltas en una pista. Para mis ojos de preescolar, la ruta era digna de Indianápolis: larga y emocionante. Su tranquilidad duró poco. A mi abuelo se le cayó el poco pelo que le quedaba, cuando vio que su nieta, intrépida al volante, inició su carrera hacia la izquierda, mientras el resto de pequeños pilotos, obedientes al recurrido, lo hacían en la vía correcta: hacia la derecha. Como que no fuera conmigo, nunca me di cuenta de mi desatino vial. Mi alarmado abuelo, chorreado de helado, atravesó la pista de juguete, detuvo mi marcha, y le dio vuelta a mi carrito. Su nieta, pequeña y zurda de pies a cabeza, tenía en la mente otro rumbo.

Una generación después, vino al mundo mi zurdo maravilloso: Javier, nuestro hijo mayor. Una tarde en Loops, la historia se repitió. Con el inconveniente de que ahí, la pista es de Grand Prix y la velocidad es de verdad. Se me cayó el estómago del susto, cuando vi a mi Fitipaldi chiquito y contento, conducir en contravía. Minutos antes lo había visto, y lo hacía en dirección correcta. El final de su vericueto fue feliz y sin tragedia: los encargados del lugar son un equipo de socorristas dignos del Autódromo. En un suspiro pusieron orden. Y Javier, al igual que su mamá treinta años antes, ni cuenta se dio.

Y es que ser zurdo, en un mundo derecho, es una aventura de largometraje. Pero admito: en nuestro mundo alrevesado, la pasamos de lo mejor. ¡Feliz día internacional del zurdo, a todos mis amigos que, en su realidad patas arriba, ven la pista al revés!



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