Una mañana de mercado, en un sábado de sol, es una aventura para los cinco sentidos. El mercado de Santa Catarina Pinula es un carnaval, un encuentro armonioso entre viejas tradiciones y un siglo globalizado. El edificio fue estrenado hace un par de años, y cada vez que voy, algo nuevo me sorprende. Los puestos ponen de manifiesto modernas técnicas de mercadeo, que felices contrastan con trenzas y delantales. La estrategia de estos mercaderes empieza con los letreros, claros y limpios que distinguen a cada uno de sus pequeños negocios. La originalidad de sus nombres pone a cualquiera de buen humor, son maestros en el arte de la diferenciación. Los exhibidores en ángulo preciso, los colores que combinan con mucho arte, y la variedad, hablan de sus grandes capacidades en el merchandising: son gurús de la promoción en plaza.
Escoger fruta y verdura en esa fiesta es un deleite. La gente es lo máximo. Interactuar con estos artistas de la buena venta, es una vivencia genial. Maestros en las bondades de sus productos, convencen a cualquiera de que tienen lo mejor de lo mejor. Reconocen cuan elástica es la demanda de sus clientes a través de un simple cruce de palabras. Son expertos negociantes en la venta por volumen e identifican a tres millas, cuanto han de marginar, con solo ver la mirada que el consumidor lanza a la mercancía. Sus tácticas de servicio al cliente son infalibles, enamoran a cualquiera con su derroche de atenciones.
Aperar mi despensa ahí es una transacción gana-gana: ellos hacen buen negocio, y yo salgo de ahí con la sensación deliciosa de haber obtenido gran valor por mi dinero. Las amenas conversaciones que entablo con estos grandes comerciantes me ubican en la cotidianidad de Guatemala. Y ese es el mejor regalo que obtengo en mi sábado de mercado.