Las sorpresas que aguardan escondidas en las páginas de la literatura pueden ser insólitas. Asombran, alegran y a veces nos dejan boquiabiertos. Tengo que compartir una de ellas, demasiado buena como para guardármela.
A finales de los años cuarenta, el gobierno chileno no quería a Neruda, ni dentro ni fuera de Chile. Su escape al exilio fue digno de una película de Spielberg. Salió de su país por las montañas andinas, a caballo, y atravesó la frontera rumbo a Argentina. Su destino final sería Paris (a todos los artistas les gustaba la ciudad de las luces), pero no podía revelar su identidad, ni usar sus documentos. Miguel Angel Asturias fungía como diplomático en Buenos Aires. Eran amigos y según ellos, se parecían, ambos aducían tener caras de chompipe.
Tenían algo de razón, supongo. Lo increíble fue que el guatemalteco, generoso,
prestó su pasaporte al poeta chileno para su escape. Pablo Neruda viajó pues, disfrazado de gran novelista chapín. Durante la travesía por ríos, fronteras y países le llamaron señor Asturias una y otra vez.
(Pag. 216 «Confieso que he vivido» de Pablo Neruda)
Relatos como este no se leen todos los días. Por eso salto de emoción cuando descubro el escondite de alguna anécdota feliz en las páginas de un buen libro.