RECUERDOS EN PALETA

Hoy tuve una remembranza auditiva, de esas que provocan armar una pataleta, porque viajar al pasado es imposible. Me detuve a comprar bananos en un mercado callejero que improvisan cerca de mi trabajo. De pronto, las escuché. Unas campanitas que sonaban a mi niñez y sabían a helados «Oso Polar» del siglo XX. Vi para todos lados y no la encontraba. Con afán, buscaba la carretía empujada por el heladero. Hace años que no las veo. El trino metálico era tan real como los mosquitos que invadían la venta de bananos. Las campanas invitaban a morder hielo dulce. No dejaban de sonar, pero se trataba de un heladero invisible. Pensé que me estaba volviendo loca, o peor aún, que me estoy quedando choca como Magoo. Necesitaba ver lo que oía, y comerme una paleta de helado de naranja relleno de vainilla.
Nunca la vi. Al encontrarla, hubiera salido corriendo y gritando al señor de los helados que me esperara. Como corría y gritaba cuando era niña, y tenía en mis arcas quince centavos para comer helado.
En la Vista Hermosa de nuestra niñez, las calles transitadas por niños en bicicletas y patines, eran el mercado perfecto para don Tono el heladero. Las tardes no estaban completas sin sus campanitas y la carreta blanca que empujaba a lo largo de muchas cuadras. Los jueves era el almuerzo familiar donde mis abuelos. Quince nietos corríamos por la 18 avenida B persiguiendo a don Tono y su gran sombrero. La billetera de mi abuelo, resignada, era víctima de los niños y el mercader de golosinas congeladas. Paletas de naranja, o de vainilla cubierta de chocolate, eran las preferidas.
Fue en otra vida. Las calles de Vista Hermosa ahora están estranguladas por mil garitas y la libertad de circular por todos las vías,  es un derecho perdido. Ya no hay mercado para helados callejeros porque se extinguieron los enjambres de bicicletas infantiles. Ya no existen las carretas de campanita. Mi abuelo y su monedero generoso tampoco, ni siquiera todos mis primos siguen entre nosotros. Lo que escuché en el puesto de bananos fue el ringtone de un celular, creo.
 Menos mal tenemos memoria, porque aunque sea en la imaginación nos escapamos a momentos -inolvidables- de antaño. Y devoramos una paleta anaranjada. Como cuando la vida se parecía al helado, y la sentíamos dulce, suave y de todos los colores.

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