19.09.2012
Hace exactamente una semana tuve un percance entrando a mi oficina. Eran las 8 de la mañana, pasadas, y un joven en una moto me trató de rebasar del lado derecho. Ambos entrábamos al complejo de bodegas donde trabajo. Nos chocamos, él y su acompañante se cayeron y ella, que era su mamá resultó herida. “¡La señora se lastimó!” fue lo único que me gritaba la mente. Me bajé del carro, ignorando la cumbia de insultos que el muchacho me cantaba recogí a la señora del suelo y la bombardeé con preguntas: ¿Qué le duele? ¿Se golpeó la cabeza? ¿Puede caminar? Dígame algo…por favor”. Afortunadamente, lo que más le dolía era el susto y el hombro. Los llevé a mi oficina. Después de darle té de manzanilla para que se calmara ella tomándolo y yo viéndola tomarlo, le pedí que moviera los dedos, el brazo, etc. no soy médico, pero parecía. Por dentro también me dolía el susto. Lo único que quería era que un verdadero médico atendiera a la señora. Ni siquiera había visto mi carro que al final de cuentas fue la víctima más herida.
Se imaginarán que el joven no tiene seguro, su mamá, que se llama doña Aura, trabaja en la bodega de enfrente haciendo limpieza. Eso explicaba la prisa por no llegar tarde a su trabajo. Inmediatamente llamé a mi corredor de seguros. Cuando llegó el ajustador, empezó para mí el verdadero accidente. Resulta que yo no tuve la culpa, entonces el ajustador, muy educado y diligente he de decir, me dice así nomás: “Aquí, yo tengo que cobrarle al chico. Él fue el responsable.” “Noooo, le respondo yo. Yo no puedo hacer eso, solo véalos”. Se la puse fácil al ajustador, pero mi preocupación, el hombro de la buena señora, no se resolvía. Solo a mi se ocurre que mi seguro puede cubrir la atención médica de un tercero, que resulta ser el acompañante del culpable. ¿Cómo me sentí yo respecto al seguro? Bueno, eso es página de otro libro. El ajustador resultó saberse de memoria el reglamento de tránsito y con amable autoridad recitaba artículos con números e incisos. El lenguaje corporal del muchacho explicaba que no estaba entendiendo nada. Cada quien asumiría sus daños, y todos se fueron. “¿El hombro de la señora?” Preguntaba yo. Ella misma explicó que era afiliada al IGSS, “Perfecto! No se diga más.” dijo el ajustador. Antes de retirarse, este señor me dijo que había sido lo mejor porque cuando el muchacho le dio su dirección pudo ver que viven en una zona peligrosa. Como si eso me diera tranquilidad.
Al día siguiente, cuando llego a mi trabajo a la misma hora, encuentro al hermano de Pedro Navaja esperándome en el parqueo. Mide como 1.80m, usa el pelo más largo que yo, una T-Shirt sin mangas me permite ver cuan fornido es, un diente es de oro y la cachucha la lleva puesta al revés. Pedro Navaja con todo y las zapatillas por si hay problema salir volao. “Uy!” pensé, pero no me acordé del choque. “Seño, buenos días. Soy el papá de fulano de tal…” “Ajá…” le dije con cara de signo de interrogación. En dos segundos caí: ¡El chico de la moto! Respiré y me preparé mentalmente para seguir oyendo la cumbia que cantó el hijo el día anterior. Pero no, no fue así. Con mucha educación, y una mezcla de humildad/dignidad, si es que algo tan disparatado existe, el señor me explicó que se “Apersonaba personalmente” para hacerse responsable del daño que había ocasionado su hijo a mi vehículo. Me preguntó en cuanto iba a salir la reparación para él pagarla, “Porque” me dijo “Así es como se hacen las cosas. Y sabe que Seño? Mejor sin intermediarios.” Me imagino que se refería al ajustador. Como en la vida la gente buena no se aparece de uno en uno, conseguí a un buen mecánico automotriz, recomendado, aclaro, que hará la reparación por un tercio del valor del deducible. No pienso ni contárselo a mi buen amigo Pedro Navaja. En lo que a mí concierne, el ya pagó su responsabilidad: me vino a regalar la tranquilidad que yo necesitaba. ¿El hombro de la señora? Casi 24 horas después fue atendida en el IGSS. Pero eso también, es página de otro libro. Como diría la canción, de Pedro Navaja precisamente: “La Vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…”