Del feroz amor

Cuando creemos que de mal de amores ya hemos sentido todo, el corazón nos sorprende con formas inéditas de fracturarse.

El poder del dolor es infinito, el amor, por fortuna, también tiene su garra.

Con su peculiar sabiduría, en materia de afectos la vida es una academia a perpetuidad.

Y es que no hay edad para la pena cuando se padece la incurable dolencia del feroz amor.

Seamos novios

«Dígale que me dé el sí» me pide. Estamos con la distancia que el momento dicta en la cola del supermercado. Habla recio, como hablan los que no escuchan bien. «Mire que llevo 5 años pidiéndole que sea mi novia y no se decide.» Él no puede ver mi risa, las mascarillas son otra forma de distancia. Pero los ojos se me ponen chinitos cuando sonrío. Al ver mi reacción junta las manos en gesto de gratitud, como quien reza.  

«Dígale pues» suplica. Mis ojos buscan los de ella, se encuentran, levanto las cejas, ladeo la cabeza, volteo las palmas de mis manos hacia el techo. Toda yo, un gesto que pregunta ¿por qué no?

No digo nada, dos metros se interponen y bueno, no es necesario.

«Ya estamos muy viejos, mija» responde, segura y dulce. Y él vuelve a su súplica. Es tan cómico el momento y al mismo tiempo tan bonito.

No sé si es un juego, si alguno de ellos es senil, no sé nada en realidad. Solo deduzco que su edad es disonante con su presencia en un lugar público. Como si leyera mi mente, él responde con aplomo que ya los vacunaron.

Ella está muy arregladita, lleva vestido, su pelo blanco colocado en su sitio, los ojos pintados. Apuesto a que la boca también. Él va guapo, con chaleco tejido sobre una camisa blanca. Los zapatos lustraditos, un bastón muy elegante, como los de anteaño.  

El lenguaje corporal de ambos me hace aventurar la hipótesis de que están en sus cabales, en sus 80´s y, efectivamente, todo apunta a que él la está enamorando y ella se hace la difícil.

No hay enfermera alrededor. No logro ver qué compran. No tengo más pistas para probar mi hipótesis, tampoco tiempo. Me basta la mirada del señor, me basta el coqueteo de la señora.

Y pienso que el amor hoy quiso jugarme una broma para sacudir otras hipótesis. Ojalá le dé el sí, ojalá se lo dé pronto, ojalá lo acompañe de muchos, pero muchos largos y sentidos besos.

Me gustaría haber preguntado sus nombres. Fue todo muy rápido.

Tal vez la cama

Quizás volver a una cama pequeña sea la respuesta. 
Encontrar  formas de desandar los años 
de salir de la cama ancha que colocó continentes 
en medio de los cuerpos. 

Sí.

Quizás un lecho pequeño encienda de nuevo la llama
uno diminuto, como el que compartían cuando se iniciaron en el amor. 

Tal vez recuerden. 

Tal vez ardan de nuevo en aquella fogata en la que fueron tan felices. 
Tal vez la sientan. 
Tal vez les sorprenda el milagro del placer. 
Tal vez el calor. 
Tal vez  el gozo joven de los pies encontrándose sin buscarse. 

Puede ser, sí.

Una cama pequeña para recuperar la gran fogata. 
No, quizás no se ha perdido todo.

Sí, amiga.

Tal vez la cama, tal vez probás...



Acérquese a la ventana

Acérquese a la ventana, me piden. Son las once de la mañana y estoy de turno en la oficina. Impera la metódica distancia, la ausencia a medias y el aroma de pandemia. El ambiente y el ánimo son gobernados por un silencio que empieza a ser rutina.

Extrañada, me asomo al ventanal. Estoy en un segundo piso.  Veo a través de las persianas y ahí está, con su pelito blanco, su mirada puroamor, una mascarilla enorme que le cubre casi todo el rostro y una caja de donas.

Mi madre, mi adorada madre, mi madre escapista, batiendo los brazos, saluda desde el estacionamiento como lo hace un niño en la playa cuando adivina un barquito. Con una emoción que no vi llegar, somato el vidrio para que sepa que ahí estoy. Pero no me ve porque el sol suelta un reflejo tosco sobre el cristal.

Rompo protocolo y distancia y bajo de prisa las gradas. La alcanzo y se derrumba el andamiaje que tan bien armadito he mantenido. Continuó rompiendo todo, menos el abrazo. Sin poder –o querer– evitarlo, rompo en llanto. Fue mi única visita de cumpleaños, la mejor.

Formas variopintas de amor existen, la suya es sólida, incondicional, perpetua.

¿Qué puedo decir? Soy sentimental a más no poder. Sin los hijos cerca, sin canciones ni pastel ni velitas, mi vieja con su caja de Krispie Cream no permite que el cumpleaños de su hija resbale entre este montón de días en los que nos hicimos seres solitarios.

Quedo rota, sí. Y agradecida.