No le digas a un niño

No le digas al niño huérfano que una sabia deidad decide por qué se lleva a los padres.

No le digas que ahora tiene un ángel que lo cuida, acaso dos. No insinúes que aunque no lo vea o no les vea, le acompañan.

No le digas que la sabia deidad tiene propósitos más importantes para su padre, más tiernos para su madre, no le hagas sentirse irrelevante.

No le pidas que comprenda lo inaudito, no pretendas que acepte con humildad virtuosa el abandono definitivo. No le pidas resignación.

No le prohíbas el enojo, tampoco el miedo, no lo prives de saberse humano, vulnerable, de sentirse impotente.

No lo alejes del lugar en donde construirá su fuerza. No pretendas distanciarlo del dolor, eso es imposible.

No. No le digas al niño huérfano que una sabia deidad encontró un mejor lugar para sus padres.

No insultes su inteligencia, no rompas lo que queda en pie de su corazón. Ya la muerte lo ha partido con la oscuridad de su azar.

No lo bautices en las aguas del cinismo con tremendo disparate.

Lo siento

Solo dispongo de mi sentimiento para aterrizar ciertas conclusiones.

No puedo explicártelas desde la razón, lo lamento.

Lo que siento es una combinación visceral de emoción y experiencia. ¿Cómo desmadejarlas para alguien que sin taladrar alma adentro permanece en el plano racional?

Estas certezas están construidas a partir de la memoria, del llanto o de la sonrisa, de las respuestas que el cuerpo ofrece para manifestar lo que padece. Los dolores, los nudos, el deseo, el vértigo, los escalofríos, el orgasmo, la taquicardia, incluso la falta de aire o las ganas de morir.

Desde la ansiedad hasta el éxtasis recorremos la ruta de las cicatrices. A veces con plena conciencia, la mayoría del tiempo en ciega negación.

Imposible explicártelo. Lo siento.

Cuestionar

Aprender las reglas a lo profundo, hasta los cimientos ¿Cómo no? Conocer cada uno de sus resquicios, reconocer sus trampas.

Aprenderlas para romperlas con gracia, para saber cuándo, cómo, dónde. Por supuesto.

Transgredirlas en la cocina, en la narrativa, en el arte, en lo cotidiano, en lo existencial. Cuestionar. ¿Por qué? ¿Para qué?

Desarmarlas y transformarlas hasta que, como nuevos destellos , asomen por las ventanas de la experiencia sorprendentes novedades.

Florece

La tristeza es un espacio en el que, con un extraño matiz, la creatividad florece.

Tal vez por la elocuencia de las sombras.

Tal vez porque el contraste entre pasado y futuro, optimismo y desolación, realidad y anhelo es brutal, se hace evidente como nunca.

Necesita salir del alma eso que la quiebra, o necesitamos explicar el porqué del abatimiento. Entonces el lado creador del cerebro enciende las fuentes. Nace arte de las lágrimas, nace belleza del dolor.

Una paradoja inmensa de la condición humana.