Esa palabra palabrita

Cada vez que escucho a un hombre decir que conoció un culito, que tiene un su culito, o que irán a buscar culitos (¡!) siento cómo retumban las furias femeninas de todas mis antepasadas dentro de mi hígado, en los territorios completos del cerebro, en la garganta. Un veneno asesino intenta desbocarse por mi boca con ánimo destructor. Pero es por de más, no resulta ser un envenenamiento fructífero.  

Les importa nada. Argumentar es inútil. Si se trata del sexo opuesto como material de conquista, estos seres a quienes tanto quiero se transforman. Hay algo cavernícola, visceral y primitivo tan rotundo y enraizado en el misterio masculino que los inmuniza.  

Pronuncian el término con afán y gozo, solo ellos sabrán por qué. Es intrigante. Cambian el registro de su voz y el lenguaje corporal se les mueve de sitio.  Resulta todo un fenómeno antropológico.

A pesar del disgusto, merece observarlos con misión exploradora. Cuando están en ese estado cazador se agitan como vaqueros de película, resoplan felices, como toros. Sabrá nadie qué imágenes construyen dentro de su viril deseo soñador mientras pronuncian la palabra proctológica en diminutivo. 

Cuando están al acecho utilizando el macabro término, mis queridos y adorados hombres, no tienen hijas ni hermanas ni madres. 

Mira que lo dice una madre que no logró borrar ese concepto barbárico del vocabulario de sus criaturas a pesar de las furias ancestrales tensando sus cuerdas vocales. Faltó jabón para lavarles la boca.  Faltó chicote. Faltó cadena perpetua en alguna pesada tarea. Hubiera sido en vano. Esa costumbre fonética, también de índole ancestral, es herencia inevitable de apetitos desmedidos de los antepasados. Un primitivo eslabón que ocupa con ahínco  la esencia masculina en su estado más puro.

Mi disgusto tiene un agudo sesgo. Ha sido de largo aliento, desde la remota juventud. Hace más de treinta años, cuando era estudiante universitaria, tuve a mal leer en un pupitre, grabada con un punzón, un compás, qué se yo con qué, la funesta palabra. En mayúsculas. Junto a mi nombre. Sentí el movimiento de esa furia de antepasadas por vez primera. Visceral y rotunda, incomprensible en el momento. Sin referencia ni contexto pues en aquel entonces, no te educaban en materias de igualdad y derechos y defensas. No recuerdo qué hice. Sí sé que no dije nada. Sé que fue mi primer desencuentro con el término.

La vida ha pasado y ha educado. Aprende una a relativizar y a sacar conclusiones. En este mundo latino, no importan los aires de evolución o progreso, existen asuntos que cambian poco o no cambian. Para muestra este tema que, paradójicamente, es tan banal como importante.

El vocablo, la palabra, la palabrita posee más poderes y solidez que cualquier tendencia evolutiva. Culito. Vaya pues.

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