Sílbame

Mis abuelos se saludaban silbando. Cuando la tarde se hacía mandarina, mi abuelo entraba a su casa soltando pajaritos por la boca.

Desde su cocina o su costurero o desde su marquesa mágica, mi abuela respondía con sus propias dulces aves, la misma cantileja.

La niña que era yo entonces trataba de imitarlos, de no usar palabras, solo labios y aire y melodía. Anhelaba aquella complicidad. Al sol de hoy no lo logro.

Aún los escucho tendiendo aquel puentecito cotidiano. Lo veo a él con su gorra y lentes, la barriga en movimiento. La recuerdo a ella iluminada por el sonido, jovial y simple, siempre bella.

Gracias memoria mía por guardar lo indispensable.

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