Leo la última palabra de la última página, la leo despacio, como si necesitara tregua, como si no encontrara lugar donde acomodarla. Noto que dejé de respirar, que tengo la mano en mi garganta, que mi boca está seca. Lloro. El llanto ha sido la intermitente respuesta a lo largo de esta lectura.
Cárdeno adorno, más que una novela, es un antes y un después.

¿Cuánta violencia puede soportar un cuerpo? ¿Cuánto dolor, antes de que se le escapen para siempre los jirones que le quedan de alma?
Katharina Winker ha escrito una pieza maestra, historia símbolo ambientada a finales del siglo XX en una Turquía dominada por brutales tradiciones domésticas.
Su narrativa es una paradoja, es fuerza y belleza, sordidez y poesía. Golpea, conmueve, obsesiona. Su uso del lenguaje hace que al lector le duela la historia hasta en el último de los huesos.
Es un relato profundo sobre familias, sobre poderío masculino y migración. Migran las personas con las costumbres a cuestas a la Europa de sus esperanzas. Llevan consigo vorágine a la civilización.
La violencia física en el seno familiar es la voz cantante, pero no la única. Abajo de ella sollozan las otras violencias. El desprecio, la anulación del ser, la explotación, la esclavitud, el encierro, el acto sexual forzado.
La indiferencia. El silencio.
Cada una de estas voces golpea hasta dejar en ruinas el espíritu de una joven otrora plena de lumbre , y a sus hijos, pequeños seres expertos en palizas, rotos de miedo.
