Cuando los que escribimos

Prolongados emplazamientos recorremos los que escribimos cuando escribimos acerca del amor.

Y aunque el denso amor no sea camino transitado en estos tiempos vacíos, se celebran los poemas que surgieron de su hoy tierno recuerdo. Se recurre a ellos como quien busca el cobijo de algún imprescindible pasado.

Se festeja también la prosa que desatada quedó sobre la piel joven de mil cuadernos. Fue en su cuerpo de interminables palabras donde alguna vez creímos desmadejar sus misterios. La escritura fue llanto y fue caída, fue lugar de descubrimientos sentimentales, de desahogos sentimentales, de silencios sentimentales.

Con tamizadas palabras intentamos descifrar el poder de su gozo de lumbre, su dominio sobre mente y cuerpo, su capacidad absoluta para colocarnos arriba o abajo o en medio de la nada. No hay cuerpo que no se rinda ante sus mieles si lo ha conocido en todos sus lugares, ni mente que no padezca sus insondables contradicciones.

Fueran poemas o fueran ensayos o quizás relatos ficticios desesperados, el amor estuvo tan vivo como lo conoció la piel. En su memoria sobrevive. Y es que amar es un doloroso, abrumador y placentero acto que no se deja olvidar.

Se ama por siempre cuando se amó con fervor. Con el sabio peso que los años colocan en las cavilaciones lo aprendemos, el amor es la perpetua cicatriz. Llama eterna serena leve, remembranza del juvenil furor amor.

Donde fuego hubo palabras quedan, cuando los que escribimos, escribimos acerca de ese asunto extraño llamado amor.

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