Soledad de multitudes

El de los libros es un solitario amor. Los ratos de lectura, aislamientos voluntarios, son una especie de desdoblamiento. Existimos los devotos desdoblados que aprendemos a bien vivir en la condición del abandono cotidiano. En los libros encontramos un arropo sustancial.

Llegué a Filgua al acostumbrado paseo silencioso, al sagrado encuentro con los libros. No se vaticinaba el jolgorio que inundó pasillos y rincones del recinto durante el fin de semana. Reinaba, en la tarde de martes, una literaria calma ideal para buscar lecturas en intimo estado.

La vida enseña una y otra vez que, paradójicamente, la literatura es un mundo habitado por multitudes de solitarios.

Sale una reconfortada de la visita a Filgua. Además del arsenal de libros que pobló mi morral, salí de ahí con la dulce certidumbre de que, después de todo, no estamos tan solos en el magno amor.

Valiosos amigos he encontrado en esta industria que le apuesta a la esperanza. Los vemos en la feria del libro, afanados atendiendo los stands de sus librerías, de sus editoriales, entregados al noble oficio de los libros.

El silencio inmenso que gobierna los días ordinarios se fracturó.

Conversé con Daniel, con Luis, con José, con Matías, con César, con Raúl, con Elvia y con algunos más. En este ambiente las conversaciones nutren. Los amigos recomiendan, opinan, cuentan anécdotas.

Compartir impresiones sobre coincidencias lectoras es una delicia, ratificación de una particular pertenencia.

En efecto, se llega sola, se sale sola, se lee en soledad pero, mientras estás con gente que acompaña tu solitaria pasión, recordás un par de fundamentos. Cuando se celebra un evento como Filgua, caen murallas, surgen las voces. Reiteramos el misterio gozoso que vivimos a diario.

La lectura es inmensamente poderosa, el sólido asidero de los férreas entusiasmos.

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