“Todo pasaje subrayado pierde la razón de serlo con el paso del tiempo. En ocasiones se convierte en una pieza de nostalgia por la persona que uno fue.”
La letrada de Mónica Albizúrez (F&G Editores) fue el libro de este fin de semana. Lo devoré. Encontré en sus páginas una Guatemala que en primera instancia creía conocer bien. Su prosa es una constante invitación. Cada párrafo te empuja al siguiente sin a penas darte cuenta. La cadencia es impecable.
De pronto, conforme navegaba argumento adentro, surgió una sensación perturbadora de que ese conocimiento que creía tener del país dista de ser completo. Y esa sensación atizó el impulso por continuar la lectura hasta engullir las últimas palabras.
La Letrada es un andamio de historias personales y colectivas que convergen en una tierra “que se extiende como un horizonte herido”. Prevalece una cuidadosa construcción de personajes, un complejo trazo de vínculos y de geografías interiores abatidas por violencias perpetuas, apuntaladas por el afán de conquistar un futuro distinto a pesar de esperanzas marcadas por la fragilidad que impone la memoria.
La Letrada es deseo y es dolor.
Su estructura obedece a una arquitectura narrativa en donde imágenes, emociones, movimiento y reflexión se conjugan con inteligencia y armonía.
Y en el corazón de la novela, late inmenso un doliente homenaje a la historia de nuestro país, al tejido y a los libros. A las mujeres.
Sin duda, es un valiente escrutinio de lo que no queremos ver.
